Hay lugares, algunos físicos, otros imaginarios, donde las cosas ocurren al revés.
Incluso no solo hay lugares, sino personas que actúan de esa manera; personas que nadan contracorriente.
Por ejemplo, Imagine usted, querido lector, a Galileo Galilei, que a sus 69 años tuvo que comparecer ante la inquisición romana para explicar Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, un libro que había publicado en el que defendía el modelo propuesto por Copérnico en el que los planetas giraban alrededor del sol.
El científico fue obligado a retractarse de rodillas, y a considerar su modelo como una simple hipótesis matemática.
Negar las ideas y conceptos de la iglesia en esos tiempos, se consideraba como ir lanza en ristre contra el mismísimo Dios.
Fue condenado a vivir bajo arresto domiciliario, pero como no hay forma de evitar que alguien viva fiel a sus ideales dentro de su cabeza, defendió su teoría hasta 1642, el año de su muerte.
Las personas como Galileo se parecen al Salmón, que transita las aguas contracorriente, para dejar sus huevos en lugares más seguros, lejos de los depredadores.
A la larga esa es la forma de actuar, de andar por la vida de cualquier persona ¿Acaso no? Me refiero a intentar protegerse, ¿de quién? De la realidad que no deja de ser una cabrona y nos asalta con situaciones llenas de caos y sufrimiento, dignas de historias de ficción.
¿Que si es bueno o malo andar así? No sé, cada persona evaluara su si vale la pena nadar contracorriente. Pero eso si hay que estar listo para el Ostracismo. El discrepante evaluará si vale la pena pagar el precio por sus actos.
Es lo más jodido porque el instinto gregario de la especie humana es muy fuerte. Desde pequeños se nos enseña que hay que andar en grupo y respetar las reglas de la manada, aunque creamos que no tienen mucho sentido.