viernes, 30 de julio de 2021

Vmñl Nkoj

El escritorio en el que tengo el portátil tiene una bandeja retráctil, donde se encuentra el teclado. Los bordes de los brazos de la silla quedan justo a la altura de la bandeja, y  ya están roídos porque a cada rato les pego con una de las esquinas de la bandeja.

A veces, cuando me siento a escribir, no encuentro una posición cómoda, así que hoy decidí sacar el teclado y ponerlo encima del portátil.

En un arrebato de tipeo el teclado se resbaló y lo agarré a media altura, y le solté un madrazo. Lo que quedó escrito fue vmñl Nkoj, una palabra-no-palabra, con pinta de contraseña.

Podría ser una palabra de algún país de Europa central como la República Checa, esos idiomas con palabras llenas de consonantes, que incluso a veces llevan tilde.

El suceso me desconcentró y pensé que, quizás, el destino de alguna manera me quería dar un mensaje, una señal, pero es posible que entre sus reglas ser obvio esté prohibido, así que tiene que camuflar esos mensajes de alguna manera.

Lo primero que se me ocurrió fue escribir las letras, es decir:  Vemeñe ele Enekaojota, pero después de intentar interpretar el supuesto mensaje cifrado, no pude hacerlo. Así que si el destino tenía algo que decirme, debe ser más claro, porque soy malo para los juegos de palabras. 

Creo que lo único que queda claro es mi torpeza momentánea y que casi estampo el teclado contra el piso.

Una amiga una vez me preguntó, muy seria, que si no creía en las señales.  Le dije que no, que las cosas pasan y ya está, que no hay necesidad de buscarles un significado más allá del práctico.

“Ahh no, yo si creo en las señales y pienso que hay que ponerles atención”, me respondió,  cambió de tema al instante, y no me dejó defender mi punto de vista. 

jueves, 29 de julio de 2021

Indecisión y mal genio

Ayer pensé durante todo el día en escribir algo acá, y esperaba destinar 30 minutos o un poco menos de tiempo para hacerlo en cualquier momento del día, pero las ocupaciones no me dejaron.

Finalmente, a las 10 de la noche me senté a escribir algo, sin ningún tema en mente.

Ahí estaba el cursor titilando y mi mente en blanco, hasta que creí dar con un  tema al que podría arrancarle unas cuantas palabras.  Entonces  comencé a escribir y cuando iba en 172 me estanqué, no me salían más, el tema no daba para más, o de pronto sí, pero mi incapacidad para escribir estaba en su máximo nivel.

Me dio mal genio. Apagué el computador y pensé en ver un capítulo de alguna serie, pero mientras me decidía por alguna ya eran las 11 de la noche, y si me enganchaba con un capítulo fijo me trasnochaba, así que decidí no ver nada.

Más mal genio ante mi indecisión.

Cuando me iba a acostar acudí a la lectura: un último recurso para terminar bien el día, pero como estaba en una racha de indecisión también dude en hacerlo. La razón de esto fue “Visión del ahogado” la novela de juan José Millás que estoy Leyendo.

Suelo consumir las obras de ese escritor de manera fácil, pero esta me está costando, porque la prosa, a ratos, me parece enredada.

De todas maneras, le di una oportunidad y la historia comenzó a enderezarse y a tener sentido.

Leí casi por una hora y el mal genio se esfumo.

En La lectura, supongo, está la respuesta a todo.

martes, 27 de julio de 2021

Maldita actitud

Una vez, mientras esperaba a que me dieran un café, el señor que estaba atendiendo llamó a otro cliente para entregarle su pedido. Pregunto varias veces por un tal Yemin. Yo y otro par de personas que estábamos en la barra y esperábamos nuestro pedido, le indicamos que ninguno de nosotros se llamaba así.

De repente un señor dijo fuerte en un tono completo de indignación y con un acento quién sabe de donde “Es JEMIN, ¿pero qué es lo que hablan ustedes, acaso no es español?”

 ¿Por qué no podemos ser más tolerantes? 

A mí me dio mucho mal genio y estuve a punto de contestarle algo, pero si discutir no es agradable; mucho menos es hacerlo con un desconocido. A veces es mejor dejar que el curso de los acontecimientos siga su rumbo para que el de la vida de uno no se despiporre; en otras palabras: no meterse a donde a uno no lo han llamado, en fin.

Lo único que hice fue regalarle una de mis mejores miradas de:¿Qué putas le pasa?, que llevan una mezcla de desprecio y odio; reclame mi café y deje a Jemin o Yemin solo con su neurosis.

Pero tratemos de ponernos en sus zapatos. Sí, puede que el señor Jemin le moleste un poco porque la gente pronuncie mal su nombre, ¿pero qué le vamos a hacer si en Colombia no es común? Si fuera Jaime, seguro no lo llamarian Yaime.

El punto es,  ¿cuál es la necesidad de andar a la defensiva? Cada cuál con sus rollos, pero suficiente tenemos con que la gente se indigne en las redes sociales a cada rato, como para que anden en las mismas en la vida real.

De ahora en adelante a todo Jemin que me encuentre le diré Yemin, para ver cómo reacciona.

lunes, 26 de julio de 2021

Zapatos rojos

Un día, un sábado en la mañana para ser precisos, Luis García iba caminando hacia la panadería de la esquina. Parecía un día normal, si tal cosa se puede decir de un día, en el que García intercambiaba información y sensaciones con la realidad sin ningún sobresalto.

Cuando estaba cerca de su destino, García cayó en cuenta de que en la intersección había ocurrido un accidente. Habían atropellado a alguien y los chismosos ya habían hecho una media luna alrededor del cadáver.

García no le presto atención al hecho y entró a la panadería, compró una bolsa de pan, una de leche, y cuando iba a pagar, le dio por entablar una conversación casual con el tendero. “¿Qué fue lo que pasó en la esquina?”, le preguntó.

“Hace como unos 20 minutos atropellaron a una persona”
“Ahh ya”, respondió García y su frase quedó como flotando en el aire, pero no recibió respuesta alguna.

Cuando salió de la panadería, la curiosidad le ganó y, con pasos tímidos, se acercó al tumulto de personas.

“Pobre hombre, tan joven que era”, dijo una señora

“No lo muevan, esperen a que llegue la policía”, dijo un señor bajito de bigote, como si fuera una escena a la que estaba acostumbrado.

“Suficiente realidad por hoy”, pensó García, y Cuando iba a dar media vuelta para devolverse a su apartamento, con el rabillo del ojo vio los zapatos del muerto, que habían quedado descubiertos porque la sabana era muy pequeña, o bien la victima muy grande o, en últimas, se la habían puesto mal.

“¡No puede ser!”, exclamó en voz alta, y las personas que estaban a su alrededor lo miraron extrañados, como exigiendo una explicación.

García cayó en cuenta de que había pensado en voz alta, dio media vuelta y emprendió la huida.

Se exaltó porque los zapatos que había visto eran los de Jorge York. Eran rojos con una línea verde que bordeaba la suela. Eran feos y York lo sabía, pero justificaba su uso, pues decía que nadie más tenía esos un par de zapatos iguales en el mundo y que los había comprado en Tailandia.

Lo más sensato habría sido revisar que el muerto no era su amigo, pero se rehusaba a pensar en eso y por eso huyó del lugar.

Luego cuando metió la mano al bolsillo para sacar las llaves del apartamento, el celular le sonó. Cuando lo iba a contestar leyó en la pantalla del aparato: “Jorge Y.”

¿Acaso York lo estaba llamando desde el más allá?”

“¿Alo?”, contestó temeroso
“¿Qué más Luisito?, ¿cómo estás?”
“Bi…bi..en… y tú?
“¿Por qué el tartamudeo, suenas asustado, ¿acaso viste un muerto o qué?

Por más de que York estuviera muerto, su comentario le pareció una falta de respeto, pero camufló su reacción y, alterado, le respondió”.

“Oye, ¿sabes algo?”
“¿Qué?, dime”
“Eres un mentiroso, no eres el único que tiene un par de zapatos rojos con una línea verde”
“¿De qué hablas?”
“ Sí acabo de ver a alguien más con esos zapatos”
“¿A Quién?, ¿lo conoces?”
Ehh… no, un hombre que iba caminando por la calle”
“Ahora que hablas de caminar, precisamente estoy en tu barrio y para eso te marqué, a ver si me invitas a una cerveza o, como es temprano, por lo menos a un café”.

“Si claro, te espero”.

“Qué idiota”, pensó apenas entró y cerró la puerta. "¿Ahora qué iba a hacer?"

Se sentó en la sala y esperó unos minutos  a que la realidad se ajustara, pero, al parecer, todo seguía igual.

Alguien timbro a la puerta, una dos tres veces…

jueves, 22 de julio de 2021

Diferencia horaria

Tengo una reunión con alguien de España al medio día de allá, que son las 5 de la mañana acá.

Siempre me ha intrigado eso de la diferencia horaria, que unos se estén levantando cuando otros apenas van a dormir genera, pienso, cierto desequilibrio. Por eso quizá el mundo anda patas arriba, por el desbalance entre la vigilia y el sueño, en fin.

El día anterior me propongo dormirme como máximo a las 11 de la noche, pero entre un poco de lectura y ver televisión cierro los ojos y apago la luz de la lámpara que tengo al lado de la cama a las 12:19 a.m.

Configuro una alarma a las 5:45, para tener tiempo de prepararme un café, y otra a las 5:55 por si sigo derecho y en la que la preparación de la bebida ya queda descartada.

12:19, 12:30, 12:45 y sigo despierto. Me gustaría ser como mi hermana o hermano, que cierran los ojos y se duermen al instante, pero  ayer fue uno de esos días en los  que mis pensamientos se disparan en todas direcciones, apenas cierro los ojos para dormirme. Creo que finalmente lo logré  a eso a la 1 de la mañana.

Me despierto, tomo el celular para mirar la hora y son las 3:30 a.m. lo apago y clavo la cabeza en la almohada. Hace un mes, otro día en que también tenía una reunión a esa hora, también me desperté antes de que sonara la alarma, y decidí quedarme despierto; pasé todo el día como un zombi.

También me gustaría ser como esas personas que pueden funcionar con solo cuatro horas de sueño, pero yo necesito mínimo seis.

Me vuelvo a despertar a las 4:20 a.m, cierro los ojos de nuevo, y espero a que suene la alarma.

La reunión duró 45 minutos y heme aquí escribiendo esto a las 6:29 a.m. con una cobija sobre mis piernas y a punto de ir a servirme el segundo café del día, mientras que en España ya es la 1:30 p.m y las personas estarán almorzando o ya lo habrán hecho.

Algo raro encierra la diferencia horaria.

miércoles, 21 de julio de 2021

Novelas para una pandemia

“Tomé un polvo Seidlitz, alrededor de la 10:00 y lo vomité pronto. Luego me tome dos cucharadas de aceite de castor”, escribió Dorman B. E. Kent en su diario en 1918, luego de infectarse del virus de la gripe española.

Intento imaginar cómo actuarán los humanos dentro de 100 años, si el planeta todavía existe, cuando otra pandemia aparezca sobre la faz de la tierra.

Supongo que será un virus mucho más violento y las personas, como ocurrió con esta, entrarán en pánico los primeros meses.

Creo que volcarán su atención sobre las noticias del año pasado, y espero que no den con los videos de Wuhan en los que las personas colapsaban en la calle y los soldados sellaban las puertas de los edificios.

Otros buscarán respuestas en las novelas, pues las personas consumen historias para explorar los bordes de la realidad, las áreas con más peligros y que queremos conocer, pero no experimentar de primera mano; en otras palabras, los límites de la experiencia.

El guionista Robert Mackee dice que siempre volvemos a los clásicos de la literatura porque se pueden reinterpretar a lo largo de las décadas, pues la cantidad de verdad y humanidad que cargan es tan abundante, que cada generación se ve reflejada en ellos de una u otra forma.

Espero que muchos escritores estén creando novelas sobre esta pandemia para ayudar a los humanos del futuro.

¡Qué digo! Yo debería estar escribiendo una novela acerca de la pandemia, pero no tengo ni idea cuál podría ser la historia o cómo contarla.

Además, en los últimos días me ha costado mucho escribir. De pronto lo que dicen algunas personas es verdad, y escritor es solo aquel que publica novelas.

Yo pienso que escritor es aquel al que le gusta escribir y lo hace con cierta frecuencia. De ser así o no, seguiré escribiendo.

Ahora que me desvié por completo del tema con el que empecé el post, recuerdo una frase de La Vida a Ratos que refleja en gran parte lo que pienso acerca de escribir:

“Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.”

Ese es el berraco problema, que siempre hay que tener un título o una credencial que justifique lo que sea que hagamos.

Pero bueno, en fin, como les decía, espero que los que los escritores que escriben bien, estén trabajando en las novelas que servirán de brújula para los tiempos oscuros del futuro.

martes, 20 de julio de 2021

Sin ganas

Hoy no tengo ganas de escribir.

Para no responsabilizar a mi tedio, al destino, dios, el chupacabras, en fin, lo que sea, le echo la culpa a la hora: 7:17 p.m. y a este martes con cara de domingo.

Si menciono que no tengo ganas, no debería hacerlo y ya está. Quizá solo quiero llamar la atención y dármelas de víctima, para que alguien me pregunte qué me pasa, y esperar a que me suelten una frase vacía del estilo: “tranquilo, todo va a estar bien”.

¿Por qué lo hago?, es decir, ¿Por qué escribo si no tengo ganas? Porque ayer tampoco lo hice y pienso que si lo hago hoy, evitaré una catástrofe en mi vida o en la de otra persona.

Con catástrofe, como ya lo he dicho antes, me refiero a pequeños desbarajustes, casi imperceptibles en nuestras vidas, pero tan determinantes como un balazo en la cabeza, es decir, algo que no tiene reversa, pero que desvía al cauce de la vida en direcciones inimaginables.

Lo de no escribir es solo un decir, porque hoy acabé un texto de 2700 palabras, pero no pertenece a este espacio donde hablo de lo primero que se me venga a la cabeza, y que, repito, controla que el curso de los acontecimientos de la vida no se despiporre más de la cuenta.

Sufro hoy, parece, de eso que algunos llaman El síndrome del domingo, pero como es martes, démosle un nuevo nombre: El síndrome del día festivo.

Recuerdo un domingo en el que ese síndrome tuvo un pico. Trabajaba en un lugar con un ambiente laboral tóxico y pensar que ya quedaban solo unas cuantas horas para volver me causaba un malestar, digamos espiritual.

No contento con lidiar con el tedio de la mejor forma posible, me fui a cine con mis hermanas a ver El Pianista, una película berracamente triste, que potencio la melancolía que cargaba ese día.

viernes, 16 de julio de 2021

Vino y libros

A mi mamá le agrada el vino, sobre todo para acompañar una buena comida. Prefiere el tinto que el blanco.

Un día, una pareja amiga de mis padres, que ha tomado cursos de catas de vino, los invito a un almuerzo en su casa.

Cuando terminaron de comer y se fueron a conversar a la sala, Fabio, su amigo, les dio de sobremesa una copita, y luego de que mi madre le dio un sorbo, él le pidió su opinión.

“Está un poco dulzón”, fue su respuesta, y Fabio quedó algo desanimado pues, al parecer, era un vino muy fino.

Cuando mi madre cuenta la anécdota siempre se ríe y concluye que para ella solo hay dos tipos de vinos: los que le gustan y los que no.

Lo mismo que le pasa a mi madre con esa bebida, me ocurre a mí con los libros; creo que los hay de dos clases: los que son de mi agrado y los que no.

Ayer terminé de leer Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo, y me gustó mucho. Hoy me puse a mirar artículos sobre la escritora, y reseñas de su obra.

Me encontré con varias que alababan el libro y la forma de escribir de la autora, mientras que otras lo criticaban, porque les había parecido muy malo, una repetidera, y que utilizaba ciertos mecanismos narrativos hasta la saciedad y no sé qué más cosas.

Sé que están en su derecho, pero con lo que no puedo es con esas reseñas llenas de superioridad moral que pretenden dar una clase sobre lo qué significa escribir bien.

A mí solo me gusta decir si el libro me pareció bueno o no, y suelo compartir citas que por una u otra razón resonaron conmigo.

Me gusta lo que dice Virgnia Woolf en Las Olas:

I am like a log slipping smoothly over some waterfall. 
I am not a judge. I am not called upon to give my opinion.

miércoles, 14 de julio de 2021

La paz del mundo

Estudié en un colegio de curas y por eso el componente religioso siempre estuvo presente. En un año, ya no preciso cuál, nos toco de director un padre, un hombre alto, canoso y que, parecía, había llegado a una edad en la que ya no envejecía más, era una especie de Highlander.

Todas las mañanas leíamos un fragmento de la biblia que, creo, acompañábamos con un par de oraciones.

Para mí, como para la mayoría, era un trajín rutinario al que nos acostumbramos como si nada, pero un día, el director decidió añadirle una arandela a la rezada: De ahora en adelante, de acuerdo al orden de los pupitres, cada alumno tenía que hacer una petición.

Como era de esperarse, ninguno tenía idea qué pedir, pero a alguien, muy brillante, y una de las primeras personas que le tocó eso de la petición, dijo: “Por la paz del mundo”.

Todo ese año la dinámica fue la misma, una rutina más, hasta que llegaba el día en que a uno le tocaba hacer la petición.

Cuando ese era el caso, la persona en cuestión intentaba pedir consejo a los que estaban sentados cerca, pero a nadie, la verdad, le importaba lo de la petición, hasta que por fin alguien decía: “Pida por la paz del mundo”.

Nunca un grupo de personas pidió tantas veces por la paz del mundo en un mismo año.

martes, 13 de julio de 2021

El servicio

A Juvenal García le gusta jugar tenis y, aunque lo hace muy mal, es un deporte que disfruta.

Todos los domingos madruga, se ducha con agua fría y luego se viste con su mejor outfit deportivo: Pantaloneta, tenis, medias hasta la rodilla, balaca, todas prendas blancas, y luego mete su raqueta Dunlop dentro de un estuche negro que heredó de su padre, un gran jugador de ese deporte, de quien Juvenal solo heredo el gusto por él.

Después va a la cocina y se toma un café oscuro y humeante, un vaso de jugo de naranja y luego se come dos galletas integrales. Cuando Cristina, su esposa, le pregunta por qué desayuna tan poco, responde: “nada peor que un jugador con el estómago lleno, cariño”, sonríe y se despide dándole un beso.

En sus primeros días, cuando llegaba a las canchas públicas del distrito, no le costaba encontrar rivales. Pero ahora nadie quiere enfrentarse con él, pues conocen su pobre nivel de juego.

Hoy le toco contentarse con tener como rival a un señor gordo, de bigote y mirada entusiasta, que no había visto nunca. Parecía ser peor jugador que él, pero con tal de jugar y no quedarse con lo brazos cruzados observando los otros partidos, no le importó.

Juvenal comenzó a jugar con desgano, subestimando a su rival y perdió el primer set 6-3. De ese discutió la última bola, pues según él había pegado fuera, pero como la cnaha es de arcilla, cuando ambos jugadores fueron a validar el punto, se alcanzaba a a ver la marca de la pelota que había mordido la raya.

Para el segundo set juvenal tomó en serio a su contrincante y luchó cada bola como si su vida dependiera de ello. Bufaba en cada uno de sus saques y el resto de paisaje se le borró de su mente; solo tenía en ella a la cancha y al gordito bigotudo, que se veía fresco y ni siquiera parecía sudar. El último punto de ese set lo ganó con un As.

Los partidos que se jugaban en esas canchas eran a tres sets, por la alta demanda que tenían. Cuando Juvenal cambió de lado con su contrincante, se dio cuenta que varios jugadores estaban mirando el partido, que quizá no tenía a los mejores jugadores, pero la intensidad con la que estaban jugando no tenía nada que envidiarle a una final de un Grand Slam.

Esa intensidad, en vez de decaer se incrementó y ambos jugadores les resbala el sudor por sus caras enrojecidas. Alargaron ese ultimo set hasta que el marcador era 7-4 a favor de su contrincante.

Luego de dos horas de partido, su oponente tenía un match point a su favor. Antes de servir, juvenal se fue a una esquina del campo, destapo la botella de agua que le había empacado Cristina, le dio un sorbo, y se echó el resto del contenido en su cabeza. La batió y miro a su contrincante, pero como lo tenía a contraluz, no pudo descifrar la expresión de su cara.

Luego Metió la mano en el bolsillo, acarició la pelota de tenis con la que iba a servir y respiró profundo. Se inclinó e hizo rebotar la pelota contra el piso 1, 2, 3 veces y luego se subió los hombros de la camisa y se paso la lengua por los labios justo como lo hacía Andre Agassi, su jugador favorito.

Lanzó la bola al aire, y le pego con toda su fuerza. La impactó justo como quería, pero la bola mordió la malla.

“¡Falta!” gritó, a manera de juez improvisado, alguien del público .

Y ahí estaba, a punto de servir otra vez. Sabía que si lo hacía con prudencia para evitar una segunda falta, cabía la posibilidad de quedar a merced de su contrincante, que gordito y todo tenía un buen drive. También sabía que si servía como si nada, imprimiéndole toda la potencia a su saque, podía cometer otra falta y perder, quizás, el mejor partido que había jugado en toda su vida.

Decidió servir con prudencia, mejor prolongar el juego todo lo que pudiera. El público se calló, y sintió como una gota de sudor le escurría por el costado izquierdo de su cara. Lanzó la bola al aire y, en media fracción de segundo, Juvenal cambio de parecer, pues no es de ese tipo de personas que actúa con miedo de las consecuencias de sus actos.

Siempre había pensado que era mejor arriesgarlo todo, así las cosas pendieran de un hilo. Así lo hizo con Cristina. Sus amigos pensaron que nunca la iba a conquistar, pero él esperó el momento preciso para declararle su amor y las cosas funcionaron.

Concluyó, cuando la bola estaba en el punto más alto, que, como en esa ocasión, no tenía nada que perder: o hacía falta o el partido de tenis o el de la vida continuaba.

Sirvió con tanta potencia que sintió un vibración hasta su hombro, producto del impacto de la raqueta con la pelota.

La pelota se quedó en la malla.

Sonrió. “Mejor hacer doble falta que quedarse con la duda”, pensó

lunes, 12 de julio de 2021

El llamado

Viernes 12:19 a.m.

Pienso en dormir, pero cuando entro en mi cuarto miro hacia el escritorio donde está el portátil y me dan ganas de escribir un artículo. Es como si el escrito me llamara y dijera: “Si no se sienta a escribirme ya, luego no va a poder ponerme un punto final nunca”.

Tiene que ver con la charla de una mujer. Tengo 6 páginas repletas de apuntes, de palabras que no existen y otras con errores ortográficos, pues mi velocidad de transcripción fue inferior a la del discurso de la expositora.

Una de esas palabras-no-palabras indescifrables que escribí es “garnbarteria”, pero el corrector de texto no arroja ninguna sugerencia de palabra, y no la logro descifrar por el contexto del párrafo del que hace parte, así que la descarto, confiando en que no sea muy importante o un elemento clave de su discurso.

Como me invaden unas ganas infinitas de escribir, me pongo como meta la 1 de la mañana.

Primero leo todo el documento de apuntes y me gusta el reto, pues la mujer no contó las cosas en orden cronológico, sino que saltaba del pasado a la actualidad como si nada.

Vuelvo a leer los apuntes y subrayo con amarillo las frases que voy utilizando, y encuentro un método para descartar otras que, creo, le sobran al escrito.

El tiempo pasa volando y la sesión de escritura se extiende hasta la una y media, pero el escrito ya no es una amalgama de momentos en el tiempo, sino que cuenta, parece, con cierto orden y ritmo.

Grabo, cierro el documento y apago el computador.

Me gusta hacerle caso a esos llamados que a veces hacen los escritos. Es posible que si lo hubiera dejado para después me hubiera enredado, o el producto final hubiera sido otro con el que no me sentiría a gusto.

viernes, 9 de julio de 2021

Las dificultades de ser un asesino

Hubo una época en que me aficioné a Investigación Discovery y me la pasaba viendo programas de asesinos en serie. Un buen día el gusto se esfumó, y me dejaron de llamar la atención.

Imagino que llevamos un gen amarillista y por eso ese tipo de programas abundan por todo lado.

Hace unos días tuve una recaída y me vi un documental en Netflix sobre el asesinato de una joven.

En un principio le echaron la culpa del crimen a una amiga de la mamá de la adolescente, bajo la hipótesis de que como era lesbiana, la había matado para continuar una relación que había tenido con la madre de la joven cuando esta se separó.

La mujer alcanzó a estar en la cárcel unos meses, pero alguien le dio a la policía una pista sobre el verdadero asesino. Finalmente lo capturaron, por el ADN de una colilla de cigarrillo que dejó tirada en la escena del crimen.

Luego cruzaron esa información con restos de piel que quedaron impregnados en las uñas de otra joven que murió años antes y la información coincidió.

Contactaron a las autoridades británicas y el hombre, antes de marcharse a España, ya había cumplido condenas por asaltos sexuales a otras mujeres.

Hoy me llagó un email con las novedades de mi cronología, es decir, el historial de mis ubicaciones del último mes. Me dicen que recibo el correo, porque es una opción que tengo activada, pero no recuerdo haberla configurado nunca.

Vamos dejando huellas por todo lado. que ADN por aquí, información en línea por allá, en fin

Que difícil ser un asesino en estos días.

jueves, 8 de julio de 2021

un andar solitario entre los libros

Un andar solitario entre la gente es el título de un libro del escritor Antonio Muñoz Molina. Me parece sugerente, pues invita a querer saber más. Si no se debe juzgar un libro por la portada, quizá si se pueda hacer por su título, en fin.

Sin embargo, es una lectura que tengo atorada, porque la he dejado dos veces.

Conocí el libro porque Millás lo alabó en un artículo, y como le hago caso a todas sus recomendaciones, me aventuré a leerlo, pero no sé qué me pasa con él.

Recuerdo que tiene segmentos buenos, pero la emoción con la empiezo a leerlo, va decayendo, hasta que llego a ese punto en el que me aburro y decido dejarlo. Quizá sea su estructura, porque no es una novela, sino una especie de homenaje de los grandes caminantes urbanos de la literatura.

Reconozco que es un tema fascinante. De hecho, ahora me dan ganas de volver a leerlo. Es posible que mi yo lector del pasado quería consumir ficción pura y dura, y por eso el libro no encajó en ese momento de mi vida. Así son de caprichosos algunos libros, y resulta imposible leerlos, así hagamos nuestro mayor esfuerzo.

Antes eso, abandonar la lectura de un libro, me parecía un sacrilegio, pero desde hace poco lo hago como si nada.

Comencé a hacerlo con El asesino ciego, de Margaret Atwood que, al parecer, es una exquisitez en cuanto a técnica, pero me costó un montón conectarme con la historia. ¿Pero si ven? Ya me desvié del tema, si es que este post tenía alguno.

Igual, como menciona Molina: “No escribo porque tenga cosas urgentes que decir. Escribo por el gusto de llenar las páginas en blanco del cuaderno que tengo abierto delante de mí.”

martes, 6 de julio de 2021

El mañana

“En fin, en cualquier caso, lo único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes a mañana porque el mañana es de los muertos”, dice Manuel Vilas en Ordesa.

Hoy murió N. un amigo de un amigo con el que a veces coincidía en planes, sobre todo de fiesta. Recuerdo uno en particular, de una navidad. Estaba comiendo con un grupo de personas y M, nuestro amigo en común, me llamó para invitarme a una fiesta con N. en Candelario.

Siempre que me veía con él, N, hablaba de cómo había sido su vida en Barcelona, una ciudad que adoraba porque había vivido allá por dos años mientras hacía un máster.

La última vez que nos vimos, estábamos tomando cerveza con M, y esperábamos a N. Cuando llegó insistió en que fuéramos a Asilo Bar, porque el lugar iba a estar repleto de modelos y no sé que más cosas que prometían una noche de excesos.

Cuando llegamos al lugar, las tantas mujeres solas que había mencionado no existían, pero igual la pasamos bueno.

N. Era una de esas personas que siempre tenía que estar haciendo algo, y acompañaba sus acciones con una sonrisa de oreja a oreja. Todo le parecía divertido, en fin, una buena persona.

No me quedé con nada por preguntarle, pues éramos más conocidos que amigos, pero veo cómo muchas personas le dejan mensajes en su muro de Facebook. Sé que están en todo su derecho y es una forma de hacer catarsis y lidiar con la muerte de alguien que era cercano, pero no dejo de preguntarme: ¿Ya qué?

¨Por eso me acordé de la frase de Vilas.

lunes, 5 de julio de 2021

Ser obvio

El personaje de una novela espera que una mujer se vaya de la casa, porque quiere leer un manuscrito que tiene escondido en su cuarto.

Cuando llega al lugar busca por todo lado y piensa que hay que ser muy pobre de imaginación para ocultar algo en el closet, si uno no quiere que los demás encuentren, y que hay que ser aún más pobre de imaginación, para buscar en ese lugar, después de haberlo hecho debajo del colchón.

Ese personaje, en otro momento de la novela, también menciona que tal vez las cosas siempre están ahí, solo que no sabemos verlas.

De pronto una de las claves de la vida es ser obvios.

Recuerdo una escena de una película sobre la segunda guerra mundial, en el que una familia de judíos sabe que los soldados alemanes van a llegar a requisar su apartamento.

El padre, un hombre flaco, pálido y ojeroso, toma un puñado de billetes y busca un lugar para esconderlos, pero no se decide por ninguno. Cuando los soldados golpean la puerta, el hombre está en la cocina y todavía tiene los billetes en la mano y mueve la cabeza de un lado a otro sin saber qué hacer.

Los soldados no esperan más y abren la puerta a las malas. Lo único que se le ocurre al hombre es esconder los billetes debajo de un periódico que está encima de la mesa de la cocina.

Los soldados requisan el lugar por todo lado, buscando algo de valor, pero a ninguno se le ocurre levantar el periódico. Es una escena es buenísima por las alta dosis de tensión que carga.

Al final los soldados abandonan el apartamento y la familia no pierde el dinero.

De pronto, si uno quiere pasar desapercibido en cualquier contexto de la vida, ser obvio es el mejor recurso.

jueves, 1 de julio de 2021

Sin escribir

2 días de esta semana sin escribir acá.

Vuelvo y repito: pido disculpas si esa no escritura causó algún desbarajuste en el mundo. Tiendo a pensar que la escritura mantiene la cohesión de los eventos y evita que el curso de la vida se despiporre más de lo normal.

Así que si usted, estimado lector, notó un ligero cambio en su vida, puede que haya sido culpa mía. Lo siento, no era mi intención.

El lunes estaba muy cansado. En la noche leí un rato y luego me puse a ver televisión. Ayer, en la tarde, tuve un round de escritura con un texto de 1500 palabras, de las cuáles me faltan 50, y que, espero, aparezcan cuando lo edite.

Ese texto me dejó secó de palabras y por la noche me dio pereza sentarme al computador. Además, pensé, “¿cómo saber que no voy a desperdiciar las palabras que me hacen falta si me siento a escribir?”, mejor me las guardo para cuando les de la gana de abandonar las profundidades del subconsciente.

Imaginaría uno que esas cosas no pasan, y que hay palabras para cualquier texto en cualquier momento, pero puede que no, que las palabras que estoy utilizando hoy, se las estoy quitando a otro escrito, entonces esas veces en las que uno dice estar sin inspiración, lo que en verdad ocurre es que se anda sin palabras, porque ya se utilizaron.

Vamos por ahí creyéndonos los amos del lenguaje, pero este nos habita y se despoja de nosotros a su antojo.

Después de ese último párrafo que más bien tiene pinta de frase, le faltaban 46 palabras a este post para completar las 300, el mínimo que trato de escribir. No sé de dónde saque dicha cifra. Me parece que la menciona Stephen King en su memoir mientras escribo.

Quizá me gasté 46 de las 50 palabras que necesito para el otro texto, aunque el tema no tenga nada que ver con este, ojalá que no seas así. Ya les contaré.