Jacobo Vernet decide ponerle atención al sermón del cura. Nunca lo hace, sino que aprovecha ese momento para echar globos o contar los candelabros, que cuelgan del techo, de adelante para atrás y viceversa, para al final mirar si la cifra coincide.
Pero hoy no hace eso, hoy se pregunta: ¿Y si dice algo que me sirve? ¿Qué tal que en sus palabras encuentre solución a algún problema de mi vida?
El sacerdote dice que hay muchas personas sin rumbo en el mundo. Vernet piensa que no necesariamente es así, sino que somos ingenuos al creer que podemos definir uno, pues la vida al final hace con nosotros lo que se le da la gana, y nos desvía sin que nos demos cuenta. Más bien, aunque no queramos aceptarlo, nuestras acciones son más prueba y error que cualquier otra cosa.
Luego el cura dice que afortunadamente los cristianos no son así, pues ellos si tienen un rumbo definido, ¿Cuál? Se pregunta Vernet y agudiza el oído para recibir la descarga de sabiduría a punto de salir de la boca del cura, “Vamos detrás del señor”, dice el sacerdote.
A Jacobo esta afirmación le molesta un poco, pues se pregunta:¿Y qué pasa entonces con los practicantes islam o el hinduismo? ¿Solo por no ser cristianos ya no tienen rumbo?
Luego el sacerdote conecta la idea de tener rumbo con el bautismo. Dice: “desde el momento en que nos echaron agua bendita de la pileta, algo cambió en nosotros”, ¿Cómo saberlo si a la mayoría nos bautizaron siendo bebés? Se cuestiona Vernet.
Decide que fue una pérdida de tiempo escuchar al cura. Además, le molesta su tono de voz y algunas pausas dramáticas que hace durante su discurso, como esperando que los feligreses terminen la frase que está diciendo. También le molesta que mueva la mano hacia arriba y hacia abajo según se tengan que sentar o poner de pie las personas, pues cree que el cura disfruta de esas ligeras muestras de poder.
Cuando la misa va a terminar el sacerdote está en el atril dando unas últimas palabras, pero Vernet no aguanta más y camina hasta él, lo quita de un empujón, luego arranca el micrófono y comienza a hablar:
Estoy harto de las mentiras sobre la muerte, la vida eterna y la vida después de la muerte. Estoy harto de condenas y pecados, de cielos e infierno. Nada tiene ni sentido, solo existen los hechos descarnados…
En ese momento el vigilante del lugar se lanza sobre él y lo tumba al suelo, pero Vernet queda satisfecho, pues cree que algunas personas se interesaron en su discurso.
Nada mejor que plantar un pequeña semilla de duda en la cabeza de alguien, piensa ahí, tirado en el piso con una rodilla del celador sobre su espalda.