miércoles, 19 de julio de 2017

Diana

Tiene poca estatura, facciones finas, pelo desordenado con un largo mechón estilo dreadlock y ojos verdes aguamarina que puedo ver a través del cristal de la mascara que lleva puesta.  Es producto de mi imaginación, deseos, inconsciente, un personaje de una novela que estoy leyendo o vaya uno a saber qué.

La sueño. Su cara me es familiar, pero no logró identificar quién es o con quién la estoy asociando. Siento que la conozco desde hace mucho tiempo. Nuestro diálogo resulta amable y sencillo, una dialéctica, como diría Cortázar, de “imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. 

La máscara que lleva puesta es de última tecnología y permite ver parte de su rostro. Estamos en el año 2342 y nuestro encuentro no ocurre en la tierra, sino en una de sus colonias flotantes, una de las medidas paliativas para la superpoblación del planeta, dictada por el consejo general de la confederación de planetas del que ahora hacemos parte. Jarbo se llama el anillo gigante que flota y sostiene a millones de personas.

Suena la alarma, despierto y tengo las facciones de Diana muy presentes. Me gustaría sentarme ahora a mismo a dibujarla pero, como siempre, la vigilia irrumpe violentamente y, molesto, cierro los ojos con ánimo de prolongar la escena con Diana.

Debido a esa extraña y eventual habilidad que tenemos de poder continuar los sueños que nos resultan agradables, otra vez estoy al lado de ella. Ahora compartimos un silencio cómplice en el que también nos entendemos de maravilla.

Me encantaría quedarme hasta la eternidad con ese ser, digo ser porque quizá sea una androide, en el lugar en el que nos encontramos, un bar o café, al parecer.

La alarma del celular, que ahora está enterrado debajo de las cobijas, vuelve a sonar. Molesto presiono una de sus teclas y vuelvo a cerrar los ojos para intentar recuperar la imagen de Diana. Ya se evaporó por completo.