jueves, 30 de diciembre de 2021

Respirar profundo

Sentado en la sala del consultorio, George Puchard espera a que la mujer de la recepción le avise que puede seguir. Intenta leer una antología de cuentos danesa, un libro que no sabe cómo apareció en su casa, y que lleva leyendo por más de 2 años. Hay días, como hoy, en que lo encuentra, lee un cuento, y luego el librito desaparece misteriosamente, hasta que se le vuelve a aparecer en cualquier rincón de su apartamento.

“Señor Puchard puede seguir” le anuncia la mujer. Apenas entra en el consultorio, se encuentra con el mismo ambiente de la mayoría de consultorios que ha visitado en su vida. De una de las paredes cuelgan todos los diplomas  y música clásica suave sale de unos parlantes que no están a la vista.

“Por favor tome asiento señor Puchard”, le dice el doctor, un hombre de bigote poblado y que lleva puestas unas gafas negras de marco grueso, al tiempo que se ajusta la bata. Antes de entrar en materia, la de su salud, el médico, sin habérselo pedido, le cuenta sobre su trayectoria de más de 30 años: La vez que trabajó aquí y esa otra allá, cuando hizo esto o lo otro, en fin, a Puchard le cayó mal porque se notaba a leguas que el tipo era un fantoche.

Cuando terminó de hablar, el hombre lo miró fijamente, como esperando una respuesta a su pequeño discurso de autoadulación, pero Puchard no dijo nada y se apresuro a sacar los exámenes de sangre de su mochila. Después de tomarlos el médico se subió las gafas con un dedo índice y comenzó a analizarlos.

“Colesterol bien, azúcar bien, Triglicéridos bien, y a medida que iba mencionando cada ítem, los chuleaba con un esfero negro, como si estuviera calificando un examen.

“Todo está bien, sin embargo, le voy a dar una orden para que se haga un examen, porque este valor que no me gusta mucho. Puchard debió reflejar algo de angustia en sus ojos porque el doctor se inclinó para mostrárselo. “Si ve, es este”, “ok le respondió” en un tono preocupado. ¿Acaso no estaba todo bien?, pensó.

El doctor, al parecer, se percató de su incomodidad y le dijo: “Tranquilo, lo más probable es que no sea nada, aunque podrían ser cálculos o un cáncer”.

Esa palabra lo sacudió por completo, y también le dio rabia, porque le pareció que el hombre estaba feliz por haber descubierto que algo podía andar mal.

Salió de la consulta y en los días siguientes no pudo evitar pensar en eso “¿Tendré cáncer?” se preguntaba, ¿qué tal que sí?”. Puchard llegó a la conclusión de que siempre tiende a pensar que eso le pasa a otros, a personas desafortunadas, pues ¿por qué razón le va a tocar a uno?”, pero está claro que la vida no funciona así, es decir, no basta con ser buena gente, para que a uno no le ocurran desgracias.

También pensó  si es bueno que a uno le den una noticia importante o trágica así de sopetón, o dosificada de alguna manera. A veces llegaba a la conclusión de que sí, que lo mejor es que una bomba informativa caiga de forma inesperada, pero en otras pensaba que no era necesario, que lo mejor, de acuerdo al calibre de la noticia, es ir abonando el terreno y soltarla por pedacitos.

Le dieron cita para dos semanas después de su visita al médico, y hasta ese día no volvió a pensar en el tema.

“¿Será?”, se preguntó ahí sentado en la sala de espera, mientras tomaba agua a sorbos exagerados como si de esa acción dependiera su vida, A cada rato se preguntaba:

“¿Será?

“No seamos tan pendejos”, se respondía.

El médico que me hizo el examen le dijo que todo estaba en orden.

Respiró profundo.