lunes, 22 de noviembre de 2021

Sangre ajena

Ese día, Antonio Muñoz se levantó de mal genio, a pesar de ser un día soleado, perfecto para salir a caminar.  Le gusta hacer esa actividad todos los días. Siempre realiza caminatas cortas, de no más de quince minutos, pero que le ayudan a despejar la cabeza para el día que tiene por delante.

Su malhumor se debía a que no podía comer nada, pues debía estar en ayuno para tomarse unas muestras de laboratorio. No poder cumplir su ritual de tomarse el primer tinto del día en el balcón de su casa, respirando el aire frío de la mañana con Gesundheit, su fiel Pastor Alemán, a su lado, lo tenía así.

Le molesta cuando siente que pierde el poco control que tiene sobre su vida, pero ¿qué puede hacer si la vida no es más que puro azar, un constante derrumbe de todas nuestras certezas?

Más tarde, en el laboratorio, una máquina le da el turno C247. No hay ninguna silla disponible en el salón y ahí, de pie, mira con rabia a todos los que están sentados. “Malditos todos”, piensa

Luego intenta encontrarle significado a la combinación de números y letras de su turno, pero se aburre al instante y mete el papel en el bolsillo.

Una pantalla empotrada en la pared produce un pitido cada vez que anuncian la atención de un nuevo turno. Muñoz mira la pantalla, pero apenas van en el C231; quién sabe cuánto tiempo le tocará esperar. “Vida perra”, piensa.

El sonido del cambio de turno se vuelve a producir y una mujer se levanta angustiada como si la corta distancia que tiene que recorrer hasta el módulo de atención le fuera a tomar horas. Muñoz aprovecha y se lanza hacia la silla con energía exagerada, sin importarle si había personas de la tercera edad o mujeres embarazadas de pie. “Que se jodan todos…y todas”, murmulla.

Después de una hora, por fin es su turno. Cuando se acerca al mostrador, una mujer con un uniforme azul claro, le pregunta si tiene la orden médica “¡Claro!”, responde, pensando que la mujer sería dichosa si él le dijera que no, para que ella pudiera decirle que se largue por donde llegó.

La mujer le entrega un frasco. “Para el parcial de orina”, le dice ante la cara de asombro de Muñoz, mientras él mira como le pone un sticker blanco en el que va su nombre y cédula.  En Otra bandeja, un poco más a la derecha, hay tubos con  sangre que también tienen el mismo sticker, con los datos de otras personas.

Muñoz toma el frasco y se queda mirando los tubos fijamente. Parece que el personal del laboratorio tiene claro el procedimiento para marcar los frascos y tubos, y que no hay forma de que la orina y sangre de fulano se  la asignen a mengano, pero Muñoz no puede dejar de pensar en todas esas personas que andan  por la vida con resultados de laboratorio de otras personas y las consecuencias que eso desencadena.

Se sienta a esperar,  y hace fuerza para que no le vayan a asignar sangre ajena.