Lunes 3:39 p.m. Dudo.
De mi papel en la vida si es que interpreto alguno. Dudo de todo, de las opciones que he tomado, tomaré y la que acabo de tomar hace un instante—¿Será mejor tomar tinto o te? —Sin importar lo insignificantes que parezcan, pues cualquier suceso, imagino, le cambia la dirección a la vida en una u otra dirección, pero nunca nos damos cuenta. No nos damos cuenta de nada.
Es una tarde quieta, sin sol, pero mucha luz y también como sin aire. Me siento en la mesa de la cocina a tomarme el tinto que me acabo de preparar y lo acompaño con una porción de torta de chocolate. Saben bien. La vida debería consistir en eso: tomar algo caliente y acompañarlo con un postre y una buena lectura, nada más. ¿Acaso es mucho lo que pido?
Como música de fondo me acompaña el incansable traqueteo de la lavadora y uno que otro trino de un pájaro despistado, supongo. La duda sigue ahí, quieta, intacta, pero me rehúso a caer en ese espiral de preguntas sin respuesta que mi cabeza quiere plantear.
Miro el cielo a través de la ventana pequeña de la cocina, pero la contraluz no me permite distinguir nada. Así, imagino, debe ser la luz intensa que afirman ver las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte.
Que lento transcurre este día festivo, este lunes con cara de domingo que se perfila hacia esa hora maldita en la que la tarde está a punto de convertirse en noche y aparece ese nudo en el estomago que nadie sabe bien qué es, pero que todos hemos experimentado alguna vez.
Le doy un sorbo al cuncho del tinto, que ya esta frío, y raspo del plato restos de chocolate con el tenedor. Luego, agarro el limpión de la cocina y lo tiro en gancho, por encima de mi cabeza, hacia el lugar donde se cuelgan. Si lo engancho al primer intento significa que todo va a estar bien, caso contrario alguna desgracia ocurrirá en mi vida. ¿Cuándo? Quién sabe, pero mejor no tentar al destino, así que el corto tiempo que el trapo dura describiendo un tiro parabólico, deseo con todas mis fuerzas que no caiga al piso.
Queda enganchado. Por fin una certeza en medio de tanta duda.
Ahora, mientras escribo esto, llueve.