miércoles, 27 de octubre de 2021

Dolor

Alguien golpeó la puerta de la casa de Asunción Perea. Ese día ella se había levantado en la madrugada y con ánimos.

Lo primero que hizo, luego de entrar el periódico que el vigilante siempre deja debajo del tapete del apartamento, fue prepararse un café. Luego se sentó en el sillón preferido de la sala, ese que da a un ventanal con vista hacia las montañas.

Tomó el pocillo con ambas manos, inhalo profundo el aroma de la bebida y le dio pequeños sorbos hasta que la mañana, que aún era noche, se convirtió en amanecer.

Fue ahí cuando tocaron a la puerta. "¿Quién podrá ser?" se preguntó, y abandonó su estado contemplativo para atender el llamado.

Luego de recorrer la corta distancia hasta la puerta y cuando puso la mano derecha en la chapa, se preguntó: “¿Y si es un ladrón?” Por eso antes de abrir, decidió mirar  quién estaba ahí afuera a través del ojo mágico.

Sus ojos se encontraron con los de Dolor, y esa mirada expectante que siempre lleva, como a la caza de alguna víctima. Perea se recostó contra la puerta y se dejó escurrir hasta el piso.

Había planeado el día de forma diferente y no quería recibirlo.

Mientras tanto Dolor seguía golpeando la puerta sin cansancio. Él solo quería llegar a algún lugar, dejarse caer en un pliegue del cerebro, una articulación, en fin, donde fuera.
Tenía, como todos, todo el derecho a ser, pues nadie escoge sus raíces.

Perea comenzó a llorar en silencio, y esperaba que Dolor se marchara sin percatarse de su presencia, pero él, con el aplomo que lo caracteriza no cedió terreno.

Hora y media después, Perea, ya agotada, abrió la puerta y lo abrazó.

Así se quedaron por un buen rato sin decir nada.