La palabra tiempo es muy compleja debido a todo lo que connota. Es grave en todo sentido, y quizás hagan falta miles de páginas para intentar describirla y poder tener un atisbo de lo que realmente significa.
Pasa así con muchas otras palabras; para no ir tan lejos ahí están, todos los días en frente de nuestras narices, las que determinan nuestra existencia, junto con tiempo, las palabras muerte y amor, pero, en fin, hoy no les vengo a hablar sobre eso. Disculpen que me haya descarrilado un poco, pero ya ven, los escritos son así: cree uno tener el dominio sobre ellos, pero resulta que es al contrario.
En la noche del sábado pasado se fue la luz y los números del reloj despertador quedaron titilando. El domingo, cuando caía la tarde y en una de mis sesiones de dormir Netflix, cerré los ojos un rato y creo que me quedé dormido por un tiempo no muy largo.
Cuando los abrí, mi mente estaba a toda máquina y repasaba todo tipo de temas, algunos, en apariencia, trascendentales y otros triviales. En medio de ese ejercicio contemplativo abrí y cerré los ojos varias veces, hasta que caí en cuenta de que siempre que los abría, me quedaba mirando fijamente los números del radio despertador, como hipnotizado por su imitación de direccionales de carro.
No sé cuál tornillo tengo desajustado en la cabeza, pero si existen algunas personas que no aguantan que los objetos estén dispuestos simétricamente mal, como una mesa con su individuales y cubiertos no todos a la misma distancia los unos de otros; a mí me molesta ver esas luces parpadear.
Con algo de pereza estiré la mano para espichar cualquier botón y hacer que el frenético parpadeo de números se detuviera, y la hora que quedó marcando el reloj fueron las 8:13. “Que pereza, ahora tengo que mirar otro reloj, para ver qué horas son y ajustar la hora”, pensé en medio de la modorra.
Unos minutos después mire la pantalla de mi celular y la hora que estaba marcando, la real digamos, era 8:10. Me sorprendió, solo un poco a decir verdad, la extraña coincidencia, porque no soy un tipo dado a las “señales” que supuestamente nos envía el universo, pero si me alegré de no tener que ajustar la hora.
Lo que si está claro es que no sé que ocurrió con los 3 minutos de diferencia, si los perdí, los gané, en fin, si me van a hacer falta o a sobrar en la vida, pues va uno a ver y 3 minutos, aunque no parezca, es mucho tiempo, valga la redundancia.