En este momento tengo pereza de juntar unas cuantas letras y más bien tengo ganas de terminar de leer una novela. De todas maneras, veamos cómo me va. A veces obligarse a hacer ciertas cosas es bueno, solo a veces.
Acabo de terminar de escribir un cuento que, parece, agoto mis palabras. Dicen, los que saben, que escribir un cuento es mucho más difícil que escribir una novela, en el sentido en que hay que ser mucho más preciso, pues las historias son extrañas y a veces comienzan a crecer, entonces en un cuento hay que contenerlas para que no se desparramen por los bordes.
Como leí alguna vez, el cuento es como mirar un claro entre unos árboles y contar que hay en él, mientras que las novelas son una vista periférica de todo el bosque, o como dice Rosa montero: “las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que casi cabe todo”.
El cuento que escribí no es nada del otro mundo, incluso creo que para llegar a ser medianamente bueno necesito editarlo hasta la muerte, en fin.
A veces eso pasa, es decir, hay días en que lo que se escribe tiene todo el sentido del mundo y los mecanismos narrativos encajan perfectos unos con otros, sin que existan grietas por donde se escape el significado, pero otros días los textos no tienen ni pies ni cabeza o puede que sí, pero están en posición fetal extrema y los mantienen escondidos.
Eso era todo lo que les quería contar acerca de mi episodio de no escritura. En un principio pensé contarles que hoy visité una librería y apenas entré había una fila larga en la caja. Luego me pusé a hojear libros y una mujer a mí lado se agachaba con suma facilidad para coger los que estaban abajo. También que un señor entró con un perro, y de un momento a otro le empezó a gruñir al de otro señor que llevaba audífonos y tanto el dueño como el perro no le prestaron atención a sus afrentas. Yo me alejé un poco, pues pensé que en cualquier momento se iba a armar un mierdero entre el par de animales.
Al final no pasó nada, el señor del perro que gruñía solo le decía “ya, ya no más, calmado” e intentaba taparle los ojos, para que no viera el otro animal, acción que solo lo emputaba más y hacía que comenzara a ladrar.
Pensé contarles eso, pero lo que salió fue lo otro, ya ven.