martes, 12 de febrero de 2019

Tintos y turnos

La hora de almuerzo ya pasó, si se supone que lo debemos tomar entre las doce y la una de la tarde. 

Engaño al estómago, con un paquete de Limoncitas, mientras me preparo para hacer una vuelta casi de banco. Digo casi porque es en una entidad en la que va a haber mucha gente, y en donde a las personas que llegan les dan un turno, junto a la consabida consigna de: “Esté atento a la pantalla”. 

En la entrada del lugar hay una celadora y un empleado de la institución, pero todos los que llegan le piden consejo a la primera, quien parece estar al tanto de todos los procedimientos del lugar, mientras que el otro hombre suplica que alguien le pregunte algo. “Dígame, en qué le pudo ayudar”, repite la frase varias veces antes de que las personas le descarguen sus dudas a la vigilante. 

Me siento en una fila de sillas desocupada. Es enclenque y se zangolotea, que alegría que exista esta palabra, cada vez que me muevo. Esto ocurre hasta que una pareja se sienta al otro extremo. Les doy las gracias mentalmente.


Lo único diferente del sistema de turnos del lugar es que la voz que los lee no solo pronuncia la combinación de letras y números, sino también el nombre de la persona que está a punto de ser atendida. 

Siempre me generan cierta angustia esos sistemas de turnos, pues imagino una situación en la que se me va a pasar el mío, y cuándo me de cuenta de que eso ocurrió, se va a formar un lío gigante tanto con las personas que atienden en el lugar, como con el resto de los usuarios que esperan sentados e igual de aburridos que yo. 

En la fantasía imagino que todas las personas me chiflan, y dicen cosas tipo: “Respete el turno”, “vuelva a hacer la fila”, mientras intento explicarles que me distraje, y sostengo el papelito en alto como si ellos tuvieran interés alguno en leerlo. Por eso casi no dejo de mirar la pantalla y estoy muy atento cada vez que la voz sale de los parlantes. 

De repente aparece la mujer de los tintos del lugar, quien camina haciendo equilibrio con una bandeja que parece tener pegada a la mano, pues da giros violentos como si nada y sin derramar ni una sola gota de los tintos humeantes que lleva sobre ella. 

Se acerca a mi fila, y junto a los tintos hay unos vasos de agua. Alguien le dice que quiere uno, y ella, como adivinándole el pensamiento, responde que son de agua caliente para las aromáticas, pero las bolsitas no se ven por ningún lado ni mucho menos los vasos desocupados. 

La señora desocupa rápido la bandeja y al rato vuelve con otra llena de bebidas. Esta vez le digo que quiero una aromática y responde: “ahh no, esta vez no traje agua caliente”. 

Apenas se va, me llaman a mí, a mí turno o a ambos, y me pongo de pie rápido. Quiero salir rápido del lugar porque el efecto del paquetico de galletas está comenzando a pasar.