jueves, 9 de abril de 2020

Cigarrillo y whisky

Está sentado en la barra de un bar. El lugar tiene una luz lúgubre que apenas permite distinguir el contorno de las personas y objetos. 

Fuma, lo hace despacio. La forma en que toma el cigarrillo, que descansa en el cenicero, y como lo lleva a la boca es elegante. Luego le da una calada y su barriga se infla levemente. Parece que en sus movimientos está la respuesta al gran interrogante de la vida, ¿cuál? El de él, cada uno con sus dudas y obsesiones.

Con base en sus movimientos, que solo duran unos segundos, se podría hacer una obra de arte: El Hombre que Fuma; un poema, una novela, o una pintura, pero dejémosle esa tarea a alguien más.

Al cigarrillo, reducido ya al tamaño de una falange y a punto de morir, le salen volutas de humo cansadas. Para acabar con su sufrimiento, no sabemos si el del cigarrillo o el propio, el hombre lo espicha con violencia contra el cenicero. ¿En qué piensa mientras hace eso? Por la determinación de ese movimiento cargado de rabia, o bien, angustia y que en nada se parece a los movimientos elegantes de hace un momento, puede que tenga deseos de venganza, como si quisiera cobrarle a la vida todo aquello que cree le hace falta. O puede que no, que simplemente todo tiene un balance, y la vida solo consiste en eso, en fuerzas que se anulan a cada instante. 

Ahora sin humo, sin cigarrillo, el hombre se concentra en su bebida: un vaso de whiskey aguado, en el que las siluetas de los hielos están a punto de desaparecer. Todo parece muerte a su alrededor: el cigarrillo, los hielos, la bebida, la tarde que se convierte en noche.

Alza su vaso y lo bate; los hielos se estrellan contra las paredes y producen un tintineo. Se acaba la bebida de un sorbo y pide la cuenta. 

Una mujer, con un vestido rojo ceñido al cuerpo se acaba de sentar en el otro extremo de la barra. Sus miradas se cruzan, hay deseo, pero el deseo, si me mira bien, también es muerte. 

El bar tender, con un trapo blanco que le cuelga del antebrazo y una sonrisa zonza en su cara, le pregunta si no va a pedir algo más, pero en sus palabras está implícito un: "¿Qué le sirvo a la mujer de su parte?”.

Al hombre Le cansan esas leyes obvias bajo las que funciona el mundo. Lo mira mal y le vuelve a pedir la cuenta. En su casa lo espera su esposa, o eso cree.