domingo, 8 de noviembre de 2015

Ajedrez

Ayer,  a eso de las 6 p.m esperé a que escampara en un supermercado.  Me fui a la panadería, me compré un capuccino, y me senté en un comedor que estaba casi desocupado, de no ser por 6 hombres que estaban enfrascados en duelos de ajedrez.

Me ubiqué a una mesa detrás de ellos, y me puse a mirar una contienda, con la lluvia golpeando las ventanas como música de fondo.  Nunca me he sentido atraído por ese juego, quizás tener que pensar en jugadas futuras me aburre.

En una de las mesas terminaron de jugar una partida, e inmediatamente el perdedor le dio paso a otro hombre que sonrió al saber que ya era su turno, parecía que tenía muchas ganas de jugar.  Me fijé en el inicio del juego.  El contrincante de las negras sacó un peón.  El otro también. Luego ambos movieron un caballo.  El primero movió otro peón y dejó a su rey al descubierto.  Si no vi mal, su contrincante  movió el afil para ponerlo en jaque.  

Me cansé de seguir el juego, pero me acorde de un par de historias que mi papá me ha contado sobre el ajedrez.  Cuando era joven, mi abuelo le enseño a jugar y logró llegar a tener un muy buen nivel.  Una vez en la universidad, un hombre le propuso una contienda, pero antes le pregunto  "¿Sabe jugar?" y mi papá le respondió "Pues sé mover las fichas".  

Cuando comenzaron a jugar, mi padre, de acuerdo a los primeros movimientos de su contrincante, se dio cuenta que en verdad este no jugaba  bien, después de un par de turnos, mi papá ya lo tenía en jaque-mate.  Al hombre le dio mucho mal genio y le lanzo un golpe. Mi papa alcanzó a mover la cara para recibir el puño en el hombro.

En otra ocasión, se puso a jugar con su papá, y tuvieron una discusión, y él, mi abuelo,  dejo de hablarle por dos años.  

De pronto esa es otra razón por la que no me llama la atención el ajedrez, tal vez inconscientemente lo asocio con pleitos o peleas.