martes, 6 de octubre de 2020

Croissant con té

A las 10 y media de la noche aún no había comido nada, pues se me había hecho tarde para hacer el dibujo de Inktober, el cual empecé de afán, pero luego tuve que borrarle unas líneas porque las proporciones se me habían ido al carajo. 

Cuando lo terminé, no hice nada en específico, sino pasearme de un lado a otro del apartamento como si estuviera buscando algo, pero no era así. Al final, como no encontré eso que no se me había perdido, el hambre me venció y me fui a preparar algo de comer. 

Ese algo resulto ser un Croissant y una taza de té, bebida que me cae bien porque es humilde en presentación, sabor, preparación, y todos los demás aspectos en los que una bebida caliente pueda ser humilde. Cuando estuvo listo, acompañe el croissant con mermelada y mantequilla. 

Después de esa comida con pinta de desayuno, me senté en el computador a perder el tiempo, pues me puse a mirar Twitter y a darle scroll down a la pantalla, como si mi vida dependiera de eso, o para encontrar, a modo de link, eso que andaba buscando mientras deambulaba de un cuarto para el otro. Queda claro que así veamos mil documentales como el de Social Dilemma, nada nos va a despegar de internet. 

Así las cosas, me senté muy a las 11:12 p.m. para escribir algo, y cómo no tenía ni idea qué, pues esto fue lo que se me ocurrió contarles. 

La verdad es que me gustaría entregarles escritos mejor preparados, si es que tal vaina existe, pero hoy fue un día extraño, en el que pensé que no iba a trabajar nada, y cuando me disponía a entregarme al dios de la locha, algo cambió el curso de los eventos. 

De pronto eso de los textos preparados es una gran mentira, pues hoy leí uno que escribí hace ya varios años, en el que narro cómo me desperté un sábado a las 5:45 a.m. y como no pude volverme a dormir, me levanté a escribir. 

Puede ser que los buenos textos, lo que sea que eso signifique, tienen cierto parecido con los planes que menos se preparan, y que muchas veces resultan ser los más apropiados.