martes, 24 de julio de 2018

Uno nunca sabe

El año pasado me llamó Wilson un, digamos amigo, es decir, un hombre que conocí en la universidad con el que coincidí en varias clases y con el que siempre hablé de cualquier cosa que no comprometiera mi vida privada, si es que tal termino se puede utilizar en estos tiempos. 

El día de la llamada, luego de más de 4 años sin hablarnos, un número apareció en mi teléfono celular y después de contestarlo identifiqué su tono de voz de inmediato. 

“¿Qué más cómo va?”, me peguntó. 
“Bien, ¿y usted?” 
“Bien gracias.” 

Después de ese saludo frío y estándar, quedamos callados por unos segundos”, hasta que Wilson retomó la conversación 

“Oiga y que ha hecho últimamente?” 
“¿A qué se refiere?”, le pregunte, pues se me hizo extraño ese repentino interés por mi vida. 

Respondí su pregunta lo mejor que pude, y de nuevo quedamos en silencio, pero uno en el que flotaba una pregunta: “¿Para qué carajos quiere saber eso?” 

Wilson la captó y comenzó a darme una explicación, a mi juicio, innecesaria. 

“Vea, lo que pasa es que le dije a Luisa, que me iba a ver con usted, entonces para que sepa, por si de pronto lo llama”. 

Luisa es su esposa, y fue su novia eterna durante toda la época de universidad. Le dije que veía innecesario tanto show, pues yo no tenía guardado el número de Luisa, y ella mucho menos el mío, y cuando terminé de hablar Wilson me dijo: “Pero es que uno nunca sabe”. 

Luego de eso rectificó lo que le había dicho acerca de mi vida que, supongo, le habrá contado a Luisa en algún momento; intercambiamos un par de bromas tontas, y nos despedimos. 

Puede suponer uno que Wilson se iba a ver con una vieja con la que le estaba poniendo los cachos a Luisa. La verdad no sé ni me importa, allá cada uno con sus líos de pareja. Lo que me molesta es ser el extra de historias en las que no tengo un mínimo interés en participar. 

Luisa nunca me llamó para comprobar lo que le había dicho Wilson. A veces me pregunto cómo habría sido nuestra conversación si lo hubiera hecho.