miércoles, 26 de diciembre de 2018

Cervezas amargas

Hace un tiempo me encontré con un amigo, al que llevaba un largo tiempo sin ver, en un evento. Después de que finalizó caminamos un rato, hasta que encontramos una tienda de barrio, compramos unas cervezas y nos fuimos a su apartamento. 

Esa noche hablamos de muchas cosas, ya no recuerdo qué, pero la conversación fluía de manera “normal”, o lo que sea que eso signifique, hasta que yo, supongo, hablé de libros,  o de un libro, la verdad ya no recuerdo. 

En ese entonces estaba leyendo Fugas de James Rhodes, y creí que una frase del libro. que había leído ese día, aplicaba totalmente para uno de los temas de nuestra conversación. Como llevaba el libro conmigo, le pedí a mí amigo que me diera un momento para encontrarla y leérsela, pues consideré necesario que la escuchara para que me contara qué le parecía. 

Mientras se la leía, la frase produjo en mí ese sentimiento que producen las buenas citas; esa sensación de verdad, de orden. Cuando terminé, levante la cabeza para ver qué me iba a decir, pero lo note aburrido; era claro que la frase no le produjo ningún efecto, no lo movió para nada, es probable que ni siquiera me hubiera prestado atención. 

 No lo culpo, de pronto me excedí con todo el cuento de sacar el libro para leer un fragmento. Supongo que a algunas personas les molesta eso, es decir, que yo hable tanto sobre libros, sobre mi gusto por la lectura, en fin. 

Intentamos que la conversación retomara el cauce previo, pero parece que algunas palabras: mías, de él, se habían desbordado, alterándola. No tenía el mismo ritmo, nos costaba encontrarla; igual seguimos hablando como si nada hubiera ocurrido. 

De un momento a otro mi amigo me dijo algo como: “¿Sabe?, lo que pasa es que usted se escuda mucho en los libros”. “Nahh ¿usted cree? La verdad no creo”, respondí. 

Di esa respuesta porque sentí como si eso estuviera mal, como si la lectura y mi gusto por los libros fuera algo de lo que me debiera avergonzar. Como en muchas ocasiones en las que alguien dice algo que me molesta, no dije nada, actué como si nada hubiera ocurrido, pero sus palabras desbordaron la conversación por completo, en resumidas cuentas, me emputé. 

Pensé en irme, pero no lo hice porque todavía quedaban un par de cervezas, en las que había invertido algo de dinero. Destape una y hablé cualquier pendejada por un rato, dando sorbos largos, quería acabarla rápido para largarme del lugar lo antes posible. 

Después del episodio, nunca le dije que su comentario(s) (Luego del de los libros hizo otro que me la volo por completo), me habían molestado; craso error, lo sé, pero también me gusta evitar el drama. 

Si mi amigo quería tener la razón, debí haberle respondido que sí, que sí me escudo en los libros, y que no le veo nada de malo, pues cada quién mira como sobrellevar mejor la vida, cada quién mira qué veneno o droga se aplica: estudio, alcohol, sexo, infidelidad, religión; el que sea, pues la verdad sobran. En mí caso son los libros, la lectura y la escritura, y no los voy a dejar nunca porque me ayudan a ponerle un poco de orden al caos, al mío y al del mundo.

"La verdad es que la fantasía es una droga:
Freud creía que era un mecanismo de defensa; 
Klein, una proyección; y Jung..., joder, menos mal que está Jung.
A él le parecía algo sano, un modo de acceder a la creatividad"
- James Rhodes, Fugas -