R, a primera vista, se ve buena gente, bueno, incluso lo es, para que les voy a decir mentiras. Es de ese tipo de personas que dicen que hacen tantas cosas, que al final resulta difícil saber si son diseñadores, fotógrafos, periodistas, escritores, artistas o alguna otra cosa. Lo único que llegué a saber, de su personalidad, de algo que realmente le gusta, diferente a su trabajo y que, a la larga, son las cosas que nos ayudan a percibir cómo son realmente las personas, es que le encanta montar bicicleta.
Tenemos algunos conocidos en común y nuestras conversaciones iban tan solo un poco más allá del saludo. Justo después de estrecharnos la mano, en esos tiempos remotos donde todos practicábamos ese deporte de alto riesgo. Él comenzaba, sin yo haberle preguntado nada, a contarme qué había hecho y desecho desde la última vez que nos habíamos visto: que había estado en tal evento, que había asesorado a no sé quiencito, que le había tomado fotos a fulano o sutana, y al final siempre concluía que tenía mucho trabajo con clientes en el extranjero.
Tanto Yo Yo y Yo en su discurso me cansaba, así que la mayoría de las veces le perdía el hilo a su incansable retahíla y me sumergía en cualquier tipo de fantasía, sin dejar de pronunciar monosílabos de asombro y asentir con la cabeza, que eran la gasolina que R. necesitaba para seguir hablando.Aprovechaba cualquier pausa que hacía para involucrar a alguien más en la conversación y poder escabullirme a la primera oportunidad.
Como él he conocido a otro par de personas; el que más recuerdo en este momento es a J. un “experto” en marketing digital y también un buen tipo. Cuando yo le presentaba a una persona en una reunión, él no se interesaba para nada en su interlocutor y parecía que se ponía a recitar su hoja de vida enumerando todas sus virtudes y credenciales.
Independiente de lo bueno que sean en lo que hagan, resulta agotador hablar con ese tipo de personas.