lunes, 29 de abril de 2019

Que cagada de muerte

Si no recuerdo mal, cuando era pequeño nunca sentí necesidad de tener mascota, o de pronto sí, aunque ya no me acuerdo, quise tener un perro, pero fue un deseo que nunca mencioné a mis padres porque sabía que no me iban a dejar tenerlo en el apartamento. Muchas veces los oía decir cuando hablaban con amigos: “Un perro es para tenerlo en una casa con un patio grande”, y luego comenzaban a hablar sobre Nicki, un perro salchicha que tuvo mi hermano mayor cuando vivieron en Popayán, en una casa con un patio amplio. 

Las ganas de un perro como mascota de pronto era un deseo inconsciente, del que mis padres se dieron cuenta cuando jugaba con Simona, la perra de una vecina. 

Un día se aparecieron con una tortuga de las pequeñas, y me dijeron que cual nombre me gustaría ponerle, y yo, a mis ocho años, ajeno a procesos creativos de lluvia de ideas y divergencia, respondí “Tuga”, y así se quedó. 

La casa de Tuga era un acuario con muchas piedras pequeñas y lisas, acomodadas contra una de las esquinas y el resto era agua a un nivel poco profundo. Tuga era más bien floja para nadar, y se pasaba la mayor parte del tiempo sobre las piedras. Solo se sumergía cuando le  cambiábamos el agua por agua templada. 

Era muy caprichosa. Le gustaba la carne cruda, pero solo la aceptaba si se la dábamos en trozos muy pequeños ensartados en la punta de un palillo. Alguna vez me las arreglé para introducir un ínfimo pedazo de lechuga en uno de los trozos de carne, y se lo di. Comenzó a masticarlo y al poco rato escupió la lechuga y se tragó la carne. 

Hizo parte también de mis carreras de carros y era la piloto, solo un decir pues la montaba en el platon de una camioneta negra que solía ganar porque era la que mejor se deslizaba sobre un tapete blanco lleno de irregularidades. 

Tuga parecía un animal sano, hasta que un día sufrió estreñimiento y a mi hermana se le ocurrió aumentar el nivel del agua para que tuviera que esforzarse nadando hasta las piedras, pues ella pensó que ese esfuerzo la iba a ayudar a defecar. 

Al día siguiente apareció flotando boca arriba; cuando lavamos el acuario nos dimos cuenta de que sí había defecado.