martes, 11 de enero de 2022

Los CAMIS y los hijos

En la mesa de al lado un hombre hojea su celular y juega a darle scroll down. Su actitud, parece, se trata de solo eso, de no detenerse nunca a leer nada, sino de pasar el tiempo deslizando hacia abajo la pantalla.

Dejo de mirarlo y me concentro en una idea que se me acaba de ocurrir para escribir algo. Mientras comienzo a masticarla, a exprimirle sus jugos a ver si cuenta con los suficientes o si solo es una bala perdida que cayó en mi cabeza porque sí, le doy sorbos a una taza de capuchino.

Pasados un par de minutos otro hombre llega y saluda fuerte al primero desde lejos “¿Entonces? ¿Qué se dice el Cami?

Cami, Camilo supongo —a menos de que CAMI sea un acrónimo de una sociedad secreta a la que ambos pertenecen, y a sus miembros se les conoce como “los Camis” — se para a saludarlo.

Se dan un fuerte abrazo— al diablo el distanciamiento social— acompañado de fuertes palmadas en la espalada por parte de ambos.

Bien por ellos, quién sabe cuánto tiempo llevaban estos CAMIS sin verse pues, como la mayoría de encuentros presenciales, los de su sociedad secreta también llegaron a su fin con la aparición del virus, el Covid, Covi, Covis, la Covid, en fin.

Mientras tanto ahí sigo yo con mi idea y mi bebida y no sé cuál de las dos se está enfriando más rápido, y ahí están esos hombres, felices por verse de nuevo. Cada mesa en lo suyo, en sus conversaciones, saludos o monólogos internos.

Pasado un rato escucho que el primer CAMI, el que esperaba, le pregunta al que acaba de llegar:

“Cómo va con su matrimonio? ¿Ya hay planes de heredero? Los niños son muy lindos, pero es pesadito jaja, como decirlo, requieren de mucha energía.

“Sí, es verdad, si tenemos ganas con Marcela, estamos mirando a ver, y también ver si Dios también lo quiere. Pero tiene razón, es un cambio de vida total.”

“Sí, es un cambio grande, pero son hermosos los chiquitines”.

Luego, al instante, olvidan ese tema y se ponen de hablar de carros, pues el CAMI 2, el que llegó, está vendiendo el suyo.

Le pierdo interés a la conversación y vuelvo a mis pensamientos, a mi idea que yace muerta en algún pliegue del cerebro y que tiene pocas posibilidades de revivir.

Una nube tapa el sol, y se apaga el color de los objetos que me rodean. Termino la bebida y abandono el lugar.