Una vez M, un buen amigo, se puso las botas de celestino y me contactó con L, una mujer que conoció en la universidad y que, según él, le gustaba leer igual o más que a mí.
Se hicieron los arreglos necesarios, se entregaron los números de teléfono. “Oye L. mi amigo te va a llamar bla bla bla”, en fin, todas esas cosas que se hacen en ese tipo de situaciones para que no parezcan más extrañas de lo que son.
finalmente nos conocimos y la pasamos bien. L es relajada y era verdad que le gustaba leer, pero en ese entonces ya no era tan aficionada a la lectura como antes. sin embargo, hablábamos mucho de libros y autores. Fue ella quien me recomendó leer a Bolaños, y así, sin más ni más, me sumergí en la lectura de 2666.
Para nuestros encuentros, establecimos un ritual de sushi + cerveza, que siempre nos subía el ánimo.
Después de un tiempo de estar saliendo intenté venderme la idea de que L. me gustaba mucho y que sería bueno tener una relación con ella; todo por creer que para tener algo con alguien, basta con que a la otra persona le gusten las mismas cosas que a uno.
Quizás esa es una gran mentira y hay que hacerle caso a eso de: “los polos opuestos se atraen”. No sé, la verdad, no sé nada, o más bien sé muy poco, en fin.
Un día la llamé y le solté, ya no recuerdo cuál, alguna frase de conquista tonta. De inmediato noté un cambio en su tono de voz y las ganas que tenía de terminar la llamada.
Fue ahí cuando toda mi estantería de conquista se fue al piso, y decidí no insistir más, porque caí en cuenta de que L. no me gustaba, y que yo tampoco le gustaba a ella.
Años después volvimos a vernos, pero yo ya no tenía expectativas de nada. Ese día volvimos a nuestro ritual de sushi + cerveza y hablamos de esa época en la que nos vimos con frecuencia y de mi fallido intento de conquista.