viernes, 20 de marzo de 2020

Lunares

Varias veces mi hermana se queda mirándome fijamente y exclama: “¡Tienes muchos lunares!”, le respondo que sí, y luego cambiamos de tema como si nada. 

Me miro los brazos. Es cierto, son un montón de pequeños puntos cafés, de los que no soy consciente, como si alguien hubiera estornudado, mala cosa en estos momentos, chocolate encima de mí. 

Imagino entonces mi piel desplegada en el piso o pegada a un tablero, y yo, enfrente, con una piel de repuesto y un marcador negro. Comienzo a unir los lunares, como si fuera uno de esos juegos de revistas infantiles para descubrir cuál es la figura que forman, pero la que obtengo no tiene sentido alguno. 

Me decepcionó un poco, pues por un momento pensé que gracias a la piel y sus lunares, iba a encontrar el verdadero significado de la vida, pero el dibujo final, si se le puede llamar así, resulto ser similar a lo poco que sé de ella hasta ahora: caos y desorden, nada fijo. 

Miro el montón de líneas y como se entrecruzan unas sobre otras y trato de dotarlas de significado, por más mínimo que sea, pero sigo sin entender nada. 

Quizá en la piel están las respuestas de todo, pero lo que les hace falta a los lunares es venir acompañados de un número; así sabría cuál es el primero y hacía donde debo dirigir el trazo una vez ubique la punta del marcador en él. 

Vuelvo a mirar mi piel para ver si algún lunar es diferente a los otros, si alguno se destaca como  el número 1, ese punto de partida, pero la única diferencia entre todos es el tamaño, de resto son idénticos en su forma. 

De pronto estoy equivocado y estoy mirando dónde no es. A lo mejor, para entenderlo todo, debo fijarme más bien en el hemangioma que llevo en la planta del pie izquierdo. Quizás esa pequeña marca rojiza  de nacimiento sea la respuesta a todas mis dudas.