¿Cómo va a ser peligroso el ajedrez, si jugarlo no requiere ningún tipo de contacto físico y el único “músculo” que se debe ejercitar es el intelecto? Tal vez en muchos casos solo se trata de eso, pero en contadas excepciones, como en el caso de mi padre, resulta ser cierto.
Aunque siempre le gustó mucho ese juego, su relación con el ajedrez nunca fue la mejor. Él tenía unos 10 años cuando el juego lo cautivó y aprendió rápido como se movían las fichas; luego profundizó un poco más en el tema hasta que llegó a tener un muy buen nivel de juego.
En la época de su afición, en el internado donde cursaba bachillerato, había un estudiante con rasgos occidentales al que le decían “El Japonés” y que afirmaba saber mucho sobre ajedrez. En los descansos se paseaba con un tablero debajo de su brazo en busca de contrincantes.
Una día el japonés se cruzó con mi papá y le preguntó que si sabía jugar, “Pues sé mover las fichas” fue la respuesta que obtuvo, así que el Japonés no dudó ni un segundo en desafiarlo.
Después de los primeros movimientos, mi padre percató algo: El Japonés hablaba más de lo que en realidad sabia.
Después de unos 20 minutos de juego, el japonés comenzó a mover una torre, hasta que mi papá le dijo “un momentico, su jefe está en Jaque”. El japonés indignado se levantó y lo tachó de mentiroso, y de repente le lanzó un puño a la cara que, mi padre, con sus buenos reflejos de ajedrecista, alcanzó a esquivar y terminó impactando su hombro. Ese fue el único duelo que sostuvo el japonés con mi papá, después nunca más lo volvió a desafiar.
Ya en la universidad, un día mi padre llegó a la casa y uno de sus hermanos menores, que también se había aficionado al juego, decidió retarlo. Cuando la partida ya estaba avanzada llegó mi abuelo a observar la contienda. En uno de sus turnos, mi padre hizo un movimiento con el que mi abuelo no estuvo de acuerdo, y expuso fuerte y claro sus razones. Mi padre también hizo lo mismo y ese simple incidente fue motivo suficiente para que se dejaran de hablar por un buen tiempo.
En mí caso, cuando era pequeño, mi entusiasmo por el ajedrez sólo llego hasta aprender cómo se debían mover las fichas.
Lo que menos me gusta de ese juego es tener que pensar en jugadas futuras, pues es algo que asocio con ansiedad e incertidumbre.
"En ajedrez no se permite la ayuda
Esa es la belleza del juego. Estás encerrado
en una serie de movimientos, determinados por tus opciones anteriores"
- Mr. Robot -