jueves, 21 de julio de 2016

De comedia en comedia

Un día salió de su casa y le dijo a su esposa que iba a visitar a su madre. Al caer la noche no volvió y en todo el día no visito su destino inicial, además, en su casa, dejo una nota en la pantalla del computador la cual decía: “Lo siento”. 


Así fue que desapareció el comediante Gonzalo Valderrama. Yo no lo conocía por el nombre, pero apenas vi su foto recordé que me había hecho reír un par de veces a la hora del almuerzo, en la playita de arquitectura. 

No alcanzo a imaginarme la angustia que debe producir la desaparición de un ser querido y los miles de pensamientos negativos que deben llegar a la cabeza de los familiares, liderados por la peor pregunta de todas: “¿Estará muerto(a)?”. 

Adicional a eso, el GPS de su celular dejaba ver por donde había caminado, y cada vez más personas decían que lo habían visto en diferentes barrios de la ciudad y que no respondía a su nombre. Sus familiares pedían el favor de no perderlo de vista hasta que la policía llegara al lugar. 

¿Qué por qué decidió desaparecer? Ni idea, nunca sabremos cómo funcionan las misteriosas profundidades de nuestro cerebro, mucho menos cuando están salpicadas por fuertes alteraciones del ánimo, trastorno bipolar afectivo en el caso de Valderrama. 

El viernes luego de su desaparición, en un almuerzo familiar, una tía comentó: “Pobre, ahora todo el mundo va a saber que está enfermo”. 

¿Por qué pobre? ¿por qué nos empeñamos en ocultar ciertos aspectos de nuestras vidas que, querámoslo o no, nos definen? 

Parece que vivimos de comedia en comedia y debemos reír y sonreír a todo momento. Estar mal, tristes, o bajos de nota no es una condición aceptable ¿No funcionaríamos mejor si dejáramos tantos prejuicios de lado y enseñáramos todas esas “fallas” que llevamos encima, esos errores de servidor interno? de ser así, las personas sabrían como interactuar mejor con nosotros y de qué forma ayudarnos. 

Después de tres días de andar desaparecido, Valderrama volvió a su casa. Qué bueno que ese episodio tuvo un final feliz.


Todos somos bipolares, y cada quién, a  su manera, trata de guardar su compostura en los extremos.  Somos buenos fingiendo.