viernes, 10 de abril de 2020

Estados y transiciones

Dos estados: o se está dormido o se está despierto. Cada uno tiene sus ventajas y sus desventajas. Hace poco, uno de los personajes de una novela que leí, argumentaba que siempre le habían inculcado que la noche sirve para imaginar una vida sin problemas, pero el personaje, un hombre, se negaba a aceptar eso, pues afirmaba que mientras dormía no era consciente ni hacía nada, mientras que despierto podía mirar qué necesitaba hacer para que su vida fuese mejor. Esa postura es muy similar a la de un amigo que nunca toma una siesta, sin importar lo cansado que esté. Una vez hablando del tema me soltó una frase que, en medio de lo romántica, me parece buenísima: “para dormir la eternidad”. Por eso es que algo tiene de verdad esa otra frase que leí hace mucho tiempo: “Dormir es como morir un poco”.

Pero bueno a la larga no importa las ventajas o desventajas que pueda tener cada estado, sino lo traumático que resulta la transición de uno a otro, en especial del sueño a la vigilia. Imagino que gran parte de los problemas del mundo se dan por eso, porque se tuvo un paso violento de un estado a otro y eso es algo que le daña el día a cualquiera. 

Debería pues existir algo similar a ese objeto transicional (una manta, un peluche, lo que sea) que nos encarrilaba por el camino del sueño cuando éramos pequeños, para poder terminarlo con la misma suavidad con la que caemos en él. 

Vale la pena mencionar un tercer estado que es más tenebroso que el despertarse violentamente. Me refiero a esa franja borrosa, no muy bien delimitada, que se encuentra entre el sueño y la vigilia. Parece que es el territorio en el que habitan nuestros miedos más profundos, ya saben, ese lugar en el que reina  la parálisis del sueño, aquella sensación terrible en la que no podemos movernos ni hablar, y  donde no se sabe si se está dormido o despierto.

En mi caso, el episodio que más recuerdo es uno en el que me desperté tan tieso como un muerto y no me salía la voz, hasta ahí todo "normal",  ¿cierto?, pues no. Después de mirar al techo por unos segundos, escuché unos sonidos como guturales y baje la vista hacia el pie de la cama, para encontrarme con una especie de brujitas enanas, unas cinco, con gorros negros puntiagudos. Cerré los ojos y respiré profundo, hasta que pasó el episodio o las brujitas se fueron.

Dicen, los expertos, ¿quién más?, que para evitar esos episodios de película de terror lo recomendable es mejorar nuestros hábitos de sueño: acostarnos siempre a una misma hora, evitar la cafeína y no tener distracciones, pero ¿qué hacer si la lectura, ver televisión o el ritual que sea que tengamos antes de acostarnos, son el remplazo del objeto transicional para ir a dormir cuando éramos pequeños?