lunes, 14 de enero de 2019

Libros, extremos y felicidad


El otro día estaba mirando qué serie o película ver en Netflix, y me encontré con el documental de Marie Kondo. En ese momento, sin saber nada sobre esa mujer, decidí no verlo, porque entendí que era sobre consejos para ordenar el contenido de los closets, y que pereza eso, ¿no?, además estaba en modo película o serie, es decir quería enfrentarme a una historia, en vez de ver a alguien dándome consejos, sin importar para lo que fueran. 

Hace unos días escribí que uno de los fines de la lectura, entre muchos otros debe ser brindarnos un gran placer. En este orden de ideas mi tesis estaría, en parte, acorde con Marie Kondo y su comentario incendario acerca de que los libros también pueden contribuir con el desorden, y que nuestra biblioteca solo debería estar compuesta por 30 libros, y que solo deberían ser aquellos que nos producen alegría, o lo que eso signifique.

No estoy de acuerdo con Kondo. No voy a deshacerme de mis libros, así nunca los piense releer y además porque, no sé si es por masoquista o qué otra razón, me agradan más aquellos libros que me retuercen por dentro, que me generan muchas preguntas y, por qué no,   me ponen triste o nostálgico. 

Supongo que esto tiene que ver con que, al leer, nos gusta acercarnos a los extremos o sensaciones fuertes, es decir, nos gusta echarle una mirada a diferentes áreas que encierran oportunidad y peligro y que, como no vamos a experimentarlas nunca personalmente, las recreamos a través de un personaje envuelto en la trama de una novela. Los extremos son entonces esos lugares o situaciones que nos producen intrigan y nos atraen, pero que es muy difícil que los lleguemos a navegar en algún momento de nuestras vidas, porque están fuera de nuestro alcance o porque son situaciones que están mal vistas por la sociedad.

¿Por qué nos gustan los extremos? Porque entregarnos a una historia nos quita tiempo y energías y es en los extremos donde consideramos que vale la pena gastarlas, pues explorar lo conocido, lo que ya sabemos, nuestras zonas de confort, resulta aburridor. 

Dicho esto, es muy probable que en esos extremos no vayamos a encontrar esa alegría de la que habla o busca Kondo.