miércoles, 14 de septiembre de 2016

Conversaciones en la hora de almuerzo

Hay dos momentos en el día que Clara siempre espera con ansías.  El primero es la hora de almuerzo, donde puede dejar de pensar en el trabajo y dedicarse  echar globos y también a desarrollar la trama de su novela.  El segundo el tiempo que se demora en caminar hasta el paradero del bus.

Está en un punto en el que no sabe que hacer con un personaje, pues una serie de eventos de la trama lo han dejado mal parado,  y  ahora piensa que lo mejor sería eliminarlo.  Esa sensación de poder, de ser el dios  (la diosa, en su caso, para no herir susceptibilidades de género) de un mundo, así solo  ella  lo conozca por el momento, le agrada mucho.

No quiere pensar en el trabajo que implicaría la eliminación del personaje, quizás cambiar parte de la exposición de la primera parte y arreglar otras escenas posteriores para lograr la coherencia necesaria y no perjudicar el ritmo.  Hoy fingió tener una cita médica para escaparse de un aburridor almuerzo de trabajo, y decidió prestar mucha atención a las  conversaciones ajenas, una de las habilidades más críticas de un escritor, para su sesión de trabajo narrativo en la noche.

Delante de ella, en la fila de un restaurante de comida rápida, un hombre y una mujer hablan animadamente sobre trabajo  "¿Por qué hablan de trabajo en la hora de almuerzo?  ¿Acaso no son suficiente las 7 horas restantes para hacerlo?  La mujer habla sobre una inversión millonaria y le cuenta a su compañero que el próximo viernes va a asistir a un evento de 2 a 4.  "Si quieres solo vamos y vemos la intro"  A Clara le molesta como la mujer pronuncia la palabra intro (introuuu).    

El otro hombre no participa en la conversación. Los mira fijamente, parece que sus compañeros le producen tedio y que quiere gritar "¡Ya Cállense malditos!".  Clara estudia los movimientos de la mujer pues es igual de fastidiosa que Pamela, uno de los personajes de su novela. Saca su libreta y garabatea un par de ideas. 

Pensó que después del almuerzo se iba a comprar un bizcocho.  no pudo evitar pensar en un baño por esa palabra,  ¿por qué no pensó en su sinónimo, "postre"? pero ya su cerebro había metido la cucharada y lo primero que iba a hacer al llegar a la oficina era buscar en internet a quién se le había ocurrido ponerle semejante nombre a una parte del inodoro.

Después de hacer el pedido, mientras buscaba una mesa donde sentarse.  Vio a tres mujeres que hablaban muy duro.  Dos de ellas, una rubia y la otra de pelo negro, llevaban minifalda y zapatos de tacón gigante.  "Ni  a bala cambio mis baletas de flores por semejantes adefesios" penso.  

La mujer rubia, que tenía puesto un vestido rosado, hablaba sobre otra mujer, no presente claro está: "Uyy no tenaz  que se ponga esos vestidos todos justos.  ¿Acaso no ve cómo se le salen  los gordos?" Lo que más le molesto a Clara fue la forma en que gesticulaba con sus manos para aclararle a sus amigas la gordura de la otra mujer.  

Era increíble que por sus conversaciones, tantas personas merezcan cachetadas a la hora del almuerzo, pensó. Y concluyó que a este paso lo mejor sería que nadie hablará y que todos se enterraran en sus pensamientos y ya. 

Por un momento olvido lo de eliminar al personaje.  Esta semana se iba  dedicar a revisar cada diálogo de su novela.