¿Desde cuando todo lo que hacemos debe tener un objetivo o fin específico? ¿Por qué simplemente no podemos hacer algo porque nos gusta y hace sentir bien? Nos hemos metido en la cabeza todos esos términos gerenciales de productividad, eficiencia, eficacia, etc. con el fin de sentirnos importantes, y creemos que cualquier actividad que hagamos sin ningún fin preestablecido no tiene sentido alguno.
El Ego nuevamente hace presencia, claro está que todos lo tenemos en diferentes dosis y es un aspecto de nuestra personalidad que de cierta forma es necesario; lo malo es cuando lo sacamos a relucir solo con el fin de sentirnos mejores que otros.
El dinero, con su increíble facilidad para corromper todo, juega también un papel importante en ese afán de querer medirlo todo. De cierta manera calificamos como insignificantes aquellas iniciativas o oportunidades que no nos van a generar un beneficio económico a futuro.
Cuando eramos niños hacíamos las cosas porque sí, porque se nos daba la gana, pero básicamente porque nos hacían sentir bien, seguros y nos brindaban paz y tranquilidad. Queda claro que esa facultad de pensar como niños, que nos permitiría ser mucho más creativos, innovadores, y todas esas tendencias o formas de ser que tan desesperadamente buscamos, la continuamos enterrando día a día. Lo que realmente nos hace falta es ser más sinceros.
"Presence is far more
Intricate and rewarding
an art than productivity"
- Maria Popova -