Son las 2 de la mañana y Catalina no puede dormir. Lleva más de una hora dando vueltas en su cama y ahora a su falta de sueño, se le suma un exceso de calor. ¿Por qué carajos no puedo dormirme? piensa. Al parecer no tiene estrés o algún problema que la aqueje en estos momentos, pero como no sabemos como funciona realmente la cabeza, dar una afirmación certera sobre eso resulta imposible.
De repente se acuerda de aquel mito urbano de contar ovejas, ¿Quién se habrá inventado eso? ¿Por qué deben ser ovejas y no vacas, leones o dinosaurios? además ¿por qué deben saltar una cerca? no sería más fácil contarlas dentro de un establo?
Justo cuando su mente comenzaba a divagar y extenderse, en direcciones inimaginables, en el tema de las ovejas , se concentró para hacer el intento de contar algunas. Sus ovejas eran normales. Según ella, tenían un exceso de lana; eran saludables y rechonchas. Cada vez que pasaban volando sobre la cerca imaginaría de color azul, volteaban a mirarla y parecían sonreir al saber que todavía había personas que les dedicaban pensamientos y decidían moverlas de un lado a otro.
El ejercicio de las ovejas en cambo de darle sueño la despertó aun más, ¿Hacía que lugar se dirigían esas ovejas que saltaban la cerca tan alegremente? ¿por que querían escapar? ¿Por qué se aventuraban hacía un territorio del cuál no sabían absolutamente nada?
Catalina sintió simpatía hacia sus ovejas, pues compartía con ellas algo íntimo. Ella, en muchas ocasiones, sentía que iba saltando de un lado a otro solo porque sí. Era como si alguien que quisiera dormir pensará en Catalinas y las pusiera a saltar cercas de un territorio hacia otro, sin el consentimiento de estas.
Al rato, ya sin las ovejas en su cabeza y sin saber que fue lo último que pensó antes de que ocurriera, se quedó dormida.