Uno de sus audífonos muere lentamente. Hoy. en el trayecto a la oficina, comenzó a sonar con menos fuerza, lo que afecta la plácida experiencia de escuchar música. Apenas cayó en cuenta, aplicó la misma solución de siempre: mover el cable del audífono defectuoso con furia, para ver si uno de sus filamentos, no se le ocurre otra falla, se arreglaba mágicamente. Lo más probable es que haya aumentado el daño. Piensa utilizarlos hasta que dejen de funcionar por completo, que mueran con las botas puestas.
Esta seguro de que ni la economía, la política o, como algunos románticos afirman, el amor, son las fuerzas o movimientos encargados de salvaguardar el borroso equilibrio del mundo, sino que la carga de tan ardua tarea se reparte entre diferentes objetos, que lo sostienen junto con las penas de las personas, uno de ellos son los sencillos audífonos, ese peculiar par unitario.
"¿Quién no los ha utilizado en su vida?, ¿quién no se ha refugiado en una canción o un programa de radio?, ¿quién no ha buscado resguardo en ellos?" se pregunta. Considera que al desgastarnos en nuestros asuntos diarios: relaciones, trabajo, estudio, rutinas y más rutinas, lo esencial se nos escapa de la vista.
Sus audífonos reposan, con los cables enredados, sobre su escritorio. Toma uno de los auriculares y lo observa a contraluz por la ventana. Cae en cuenta que son importantes por sí solos, que en su sencillez radica su belleza, y que el aparato al que se conectan, independiente de lo fino o novedoso que sea, no es nada sin ellos; una de esas raras ocasiones donde la parte es más importante que el conjunto.
Se toma el tiempo para desenredar los cables y una vez lo logra desliza sus dedos por ellos; palpa esa geografía tan sencilla y compleja a la vez. Son cuerdas que sostienen al mundo.