Faltan 4 minutos para las 11. Luego solo 60 minutos nos separarán del mañana, tan incierto tan esquivo, tan futuro.
El problema, como leí alguna vez, es creer que se tiene tiempo. Entonces, bajo esa premisa ficticia, aplazamos planes para luego, más tarde, o bien, para el mañana.
El problema que, creo, todos experimentamos, es que el día es muy corto, que las 24 horas no alcanzan para hacer todo lo que queremos, y que no estaría mal disponer de, por ejemplo, 5832 horas, la duración de un día en Venus.
Solo hablo de tener esa cantidad de tiempo, pues ni modo de vivir en ese planeta que tiene una temperatura de 465 °C, una presión atmosférica que escasamente la aguanta Thanos y un bello cielo cubierto de nubes de ácido sulfúrico.
El tiempo es un cabrón y no deja de pasar. Ahora son las 11:09 p.m. y resulta que tengo ganas de hacer de todo: dibujar, leer, ver televisión y escribir.
No entiendo por qué a veces me dan esos arrebatos de energía, justo cuando el día está a punto de acabarse.
De pronto lo que decía sobre tener el tiempo que dura un día en Venus es una exageración y muchos enloquecerían al disponer de un día venusiano que dura 243 días terrícolas. Me imagino que, para no pisar los terrenos de la locura en dicho escenario, deberíamos aplicar esa táctica de “un día a la vez” de la que tanto se habla.
Ahora son las 11:22. A veces siento que el tiempo se esfuma, casi siempre cuando uno no lo quiere, y que pasa lento cuando uno desea todo lo contrario. Pero si hay algo cierto sobre el tiempo, es lo que dicen los de Les Luthiers “Time is money: el tiempo es maní”
Ya no queda nada para que nos atropelle el mañana. No tengo otra opción que robarle tiempo a su madrugada, para poder leer un rato.