jueves, 28 de septiembre de 2017

Confabulación

Dos hombres se sientan en una mesa. El primero, que lleva un saco azul y jean del mismo color, le dice a su compañero, un hombre que pone un casco sobre la mesa y tiene una chaqueta de cuero negra con rayas rojas horizontales:

“Yo no quiero que me siga hablando desde lo cómodo.” Su interlocutor lo interroga con la mirada”. Su amigo capta el gesto y le responde: “Le estoy hablando de Catalina, es que ella está retando mi inteligencia. Hoy le dije a ella La prudencia hace verdaderos sabios, se lo dije muy polite y la vaina. Yo no he querido discutir con ella, pero se lo está buscando.”

El de la moto, es decir, el del casco que, supongo, tiene su moto parqueada en algún lugar cercano, levanta la cabeza hacia el cielo como digiriendo las palabras pero guarda silencio, mientras su amigo lo mira a la espera de un comentario que le dé la razón.

En pleno rifirrafe, excelente palabra esta, de miradas y pensamientos, una mujer rubia se acerca a la mesa sonriendo. “¿Será la tal Camila, que vino a dañarles la confabulación y a continuar con su habladito desde lo cómodo?” me pregunto, pero al rato, con lo que dice, luego de darle un beso en la mejilla a cada hombre, confirma que no:

“Nos quedamos acá o nos vamos para otro lado, ¿Camila no sale por acá luego?”, dice la mujer que acaba de llegar.

¿Quién será la tal Camila? ¿por qué le tendrán tanta tirria? ¿Cómo habla uno desde lo cómodo? ¿Realmente la prudencia hace verdaderos sabios? ¿Vale la pena tanta confabulación y la logística que implica poder sentarse a discutir sobre lo que ha hecho o dejado de hacer Camila?, 

La conversación me recuerda aquel semestre en la universidad en el que la exnovia de un amigo quería un segundo tiempo de la relación y, en las tardes, cuando salíamos de clase y pretendíamos tomarnos algo o simplemente echar carreta, elaborábamos intrincados planes para no cruzarnos con ella.