De pequeño acompañaba a mi mamá a hacer mercado a Cafam de la Floresta, cuando el lugar apenas era un supermercado. Yo estaba a cargo del manejo del carrito y acomodaba los productos, como mejor me parecía, dentro de él.
Cuando terminábamos de pasear por los pasillos del lugar, mi mamá revisaba la lista de compras que llevaba en una mano, para asegurarse de que no había olvidado de echar algún producto y para ver si se le ocurría algún otro que no había tenido en cuenta.
En el sector de las cajas registradoras las filas siempre solían ser largas y ese era uno de mis momentos favoritos, pues tenía la oportunidad de tomar la revista “Muy Interesante” que trataba todo tipo de temas paranormales: fantasmas, ovnis y casos curiosos.
Yo no leía la revista a fondo, sino que devoraba las imágenes para saciar mis ansias de amarillismo paranormal. Uno de los temas que más me impactó fue el de las combustiones espontáneas, un fenómeno en el que las personas terminan convertidas en cenizas, sin tener contacto con el fuego.
Recuerdo que precisamente eso, montones de cenizas, era lo que salía en las fotos: cenizas encima de una cama, en el pavimento; cenizas de lo que antes había sido un cuerpo humano.
Ese artículo me causó mucha impresión así que lo leí un poco. Recuerdo que decía que las personas que estudiaban el fenómeno no tenían indicios de a qué se debía y que simplemente las personas comenzaban a sentir calor en un sector del cuerpo hasta que se consumían.
En ese entonces quedé nervioso por el artículo y en las noches, cuando me iba a dormir, se me atravesaban imágenes de una montañita de cenizas encima de mi cama al día siguiente. Afortunadamente nunca ardí.
Me acordé del tema porque ayer senti calor en la palma de la mano izquierda hasta el punto de que fui al baño para dejar que el chorro del agua fría del lavamanos la lavara por completo. Luesgo la sequé toque el punto de calor, deseé que no fuera el inicio de una combustión espontánea y me puse a ver el primer capítulo de Mr. Robot. Al poco tiempo olvidé el asunto.