Marcela tiene 34 años. La conozco hace bastante y es una amiga lejana, si es que el termino existe. Eso quiere decir que rara vez la veo, casi siempre en reuniones con varios amigos en común. Aunque su actitud y forma de ver la vida es muy diferente a la mía, es sólo mi percepción, me cae bien.
Está soltera y, atreviéndome a dar un análisis de sus comentarios, de acuerdo a las pocas conversaciones que hemos sostenido en lo que llevamos de amistad , le importa muy poco lo que el resto de personas piensen sobre ella; una actitud que todos deberíamos adoptar frente a la sociedad y vida, en general.
Cuentan, venenosos rumores, que le dio muy duro el haber terminado su última relación y que eso la dejó desubicada, pero respóndame estimado lector, acompañados o solos ¿quién no lo esta?. Quizás esa es la razón para que se embriague, con regularidad, los fines de semana, algo que me aventuro a decir sin bases sólidas.
Me enteré que hace un tiempo alguien le dijo a Marcela que madurara; un mandato más bien ambiguo pues es como si le dijeran a uno: "sea feliz" o algo por el estilo. Mandar a alguien a que madure es complicado, pues nadie a ciencia cierta, sabe qué significa eso o mejor aún cómo hacerlo. Supongamos que Marcela debe, desde hoy, comenzar a madurar ¿qué debe hacer? Lo más lógico, tal vez, es que envejezca, pero pues es un proceso que toma años y tampoco sabemos, con exactitud, a que edad nos podemos dar el título de "maduros".
¿Será entonces que Marcela debe sentar cabeza, organizarse o tratar de seguir de cerca alguno de esos conceptos tan clavados en el imaginario colectivo? La verdad no lo sé. Más que hacer lo que se le de la gana, Marcela debe apostarle a hacer lo que crea conveniente para su vida.
Si eso nos molesta, sacude nuestros principios, enerva, desetabiliza, frunce, emputa, etc. son líos mentales nuestros y no de ella, bien lo dijo aquel otro gran escritor que también podría ganarse un nobel en cualquier momento: "Live and let Die".