martes, 1 de mayo de 2018

Salsa de piña

Sábado 6 de la tarde. 

El café hace rato se acabó, y la luz del día también está a punto de extinguirse. Cada vez debo acercarme más el libro a la cara para leer. Siento que mi vista se cansa, pero también que estoy a pocas páginas de terminar el capítulo; acierto, solo faltaban dos. “Nunca sabremos quién fue. Qué más da”, son las palabras que lo cierran. 

Pienso en que quiero prepararme un perro caliente en la noche. No sé por qué llegan pensamientos acerca de comida, pero ahora el perro ocupa toda mi mente. Es uno sencillo, que bien podría llamársele salchicha entre dos panes más que perro. Preveo que no quiero complicarme con la preparación, es decir, derretirle queso, picarle cebolla y cosas por el estilo que, a la larga, no son nada del otro mundo, pero es sábado y quiero abusar de la ligereza con la que viene cargada este día y la practicidad de todo lo que esté por venir. 

“¿Y la salsa de piña?” me pregunto. Hace unos días exprimí los restos de la que quedaba y el empaque quedó chupado como una uva. Decido ir a comprar uno. Me gusta mucho el contraste dulce de esa salsa, mezclado con las otras salsas, las papitas machacadas, la salchicha y el pan. Pienso también en la salchicha, una edición limitada de chimichurri que compré hace unas semanas. 

El cielo amenaza con lluvia, pero que yo sepa, nadie ha muerto en un aguacero citadino, al menos no a causa del agua, dejemos los rayos para otro escrito, así que arranco a caminar. 

Ya en el supermercado, encuentro la salsa rápido. A veces me siento muy perdido en esos lugares, porque parece que cualquier producto que busco, lo han ubicado con el único fin de que no lo encuentre, pero esta ocasión es la excepción a la regla. 

La luz artificial del lugar es muy fuerte, como si pretendieran que compremos a ciegas. Hay filas en todas las cajas y los lectores ópticos en cada una de ellas no se cansan de hacer ruido. Ubico la a caja rápida y su fila solo la componen dos personas, un hombre que ya está terminando de pagar, y una mujer que pone una caja de huevos en la banda y dos frascos de yogurt con cereal saludable de granola, uvas y esas cosas. “Cereal de pajarito”, pienso. 

Mientras hago fila una pareja entra al supermercado. La mujer lleva tenis Converse, una falda de jean y medias negras hasta las rodillas, y tiene el celular colgado a manera de collar, solo le falta llevar un letrero que diga: “Por favor róbenme”. Imagino un ladrón halando el aparato con todas sus fuerzas u otro, más condescendiente con el cuello de la muchacha, cortando el cordel que lo sostiene con una navaja. 

La luz del día está a punto de apagarse por completo. Hace mucho frio, pero las nubes, grises y regordetas, se atragantan con la lluvia, unas por otras.