Es fácil mentarle la madre alguien, y las groserías nos sobran al momento de querer hacerlo, pero esa forma de ofensa, digamos, es la vía fácil, la que todos dominamos o estamos en capacidad de llegar a hacerlo.
Partamos entonces del punto en el que, por X o Y motivo, suponemos que estamos en nuestro derecho de ofender a alguien. En esos casos somos unos maestros al momento de buscar una combinación de palabras que carezca de groserías, pero que por su contexto van a ofender mucho más; esto sin tener el cuenta el famoso tonito con el que las decimos.
Por ejemplo, me viene a la mente aquella vez que tomé un taxi y a la cuadra de trayecto el conductor me dijo: “Que pena, ¿se puede bajar?, es que había reservado una carrera y no alcanzo a llevarlo”. Me dio mal genio y le respondí: “¿para que recoge pasajeros si reservó una carrera?”, apenas terminé la pregunta, el señor comenzó a alegar y cerró su perorata exigiéndome que me abriera del parche. Le hice caso y cuando iba a cerrar la puerta me agaché y le dije: “Señor, ojalá no alcance a llegar”, y me alejé mientras el buen hombre, con las venas del cuello brotadas y los ojos saltones, seguía alegando . Ese es un buen ejemplo de que para ofender a alguien no es necesario el uso de groserías.
Ayer instalé whatsapp en el teléfono nuevo y la aplicación me comenzó a preguntar que si le iba a dar acceso a mis contactos, a las imágenes, a la ubicación, que si le quería vender mi alma al diablo, en fin, para hacer yo no sé que cosas. “No lo voy a hacer", pensé, y omití esa acción.
El resultado de mi rebeldía tecnológica resultó en qué mis contactos no aparecían en la aplicación bajo el nombre, sino bajo su número de teléfono. Hoy tuve que reinstalarla y automáticamente, seguro porque omití otro comando, me saco de todos los grupos en los que estaba.
Eso me hizo caer en cuenta de que, hoy en día, una de las formas más afectivas de “ofender” a alguien y sentar una voz de protesta, consiste en salirse de un grupo de whatsapp. Durante el día no he dejado de recibir mensajes de varios amigos, en los que, consternados, me preguntan que por qué me salí y que si estoy bien.