Al finalizar la tarde me senté a escribir algo y no me salió nada. Me quedé viendo como titilaba el cursor, pero ni media palabra abandonó mis manos. Al final me aburrí y pensé: “pues de malas, hoy tampoco escribo”.
No recuerdo que hice apenas me puse de pie, pero si es así fue porque no fue nada decisivo, nada como para decir: “uff que bien aprovecho mi tiempo". Lo más probable es que me haya puesto a farolear por ahí y en medio de ese hacer nada, enredé mi cabeza en fantasías de poca monta.
Llevo una buena racha de días sin escribir. Experimento, imagino, una temporada de no-escritura. No le veo nada malo a eso, o bueno sí, pues como dice Millás, cuando se deja de escribir algo se desbarajusta en el mundo; el hecho es que no me quiero forzar, porque termino escribiendo textos sonsos que no disfruto para nada.
Así me pasó hace un rato, pues después del fracaso de la sesión de no-escritura previa, decidí volver a la carga y escribí un pequeño texto de ficción, pero cuando lo leí por primera vez, sentí que estaba lleno de gritas narrativas. Igual ahí lo dejé, a ver si algún día tengo ánimo de retomarlo, de imprimirlo y quemarlo o de lo que sea.
Borrar y quemar, desaparecer. A veces esa es la mejor táctica y no solo para la escritura, en fin.
De pronto todo esto solo me está indicando que me olvide por un tiempo de la escritura y me concentre solo en la lectura, actividad que, no queda duda y me le paro a quién sea, supera a la escritura. Rosa Montero tiene mucha razón al decir: “Dejar de leer es la muerte instantánea. Sería como vivir en un mundo sin oxígeno”.
Vargas Llosa no se queda atrás: “Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer”.