lunes, 10 de septiembre de 2018

Colar ideas

Un día, hace unos dos años, cuando llegué al cuarto luego de salir de la ducha, agarré la libreta que estaba llenando en ese entonces, junto con un esfero y me tumbé encima de la cama aún con la toalla en la cintura a escribir a toda velocidad. 

El motivo de ese impulso se debió a que se me había ocurrido un tema sobre el que escribir mientras me duchaba, y tenía miedo de olvidarlo si no lo registraba de inmediato. Ese día mi musa, bien sabemos un ser escurridizo, estaba completamente despierta y a mi disposición. 

Apenas tomé el esfero con la mano, comenzó a dictar el texto a una velocidad superior a la de mi escritura. Recuerdo que, a manera de acuerdo, lo titulamos “Lágrimas”, y trataba sobre una foto de la guerra de Siria que había visto en un periódico. Ese día también me sorprendió el haberle permitido usar la segunda persona como el punto de vista del escrito, uno que, creo, se debe emplear con pleno uso de conciencia. 

Desde ese día no me ha vuelto a ocurrir eso, es decir, la musa no me ha vuelto a dictar con tanta claridad un escrito y entonces me toca colar las ideas que, la mayoría de las veces, llegan en desorden. 

En ocasiones me quedo esperando a que el ser fantástico de indicios de vida, pero nada ocurre, mientras las ideas se aposentan en el fondo de la mente, si es que esta tiene uno. 

Allí se quedan por un buen tiempo, y se van mezclando con otras ideas. En el momento en que me siento a escribir, con o sin musa, supongo que es un momento similar a cuando cuelo una bebida, digamos, el café, con la diferencia que en este caso el residuo es lo que funciona.