lunes, 24 de julio de 2017

Silencio

Había sido una noche larga y Jaime estaba completamente desconcertado con lo que había ocurrido.

A eso de las 6, recostado y tranquilo en su cama, sonó el teléfono. Era Carlos que lo invitaba a salir de rumba para celebrarle el cumpleaños a Camila, su novia “¿Y quiénes van?” preguntó Jaime, luego de un suspiro sobrecargado de modorra. “Yo, Camila, un par de amigos de ella y Catalina”

“¿Cuál Catalina?”
“Cáceres huevón, ¿cuál otra conocemos?”

Jaime había estado detrás de la Cáceres, por mucho tiempo, hasta que por fin se cuadraron. En lo que duró su relación parecían más amigos que novios y antes de completar 6 meses juntos terminaron. 

Luego de eso Jaime se desinteresó por completo de Catalina, en cierto momento dejó de gustarle, y trataba de evitarla a toda costa. Le parecía extraño eso, el hecho de que en cierto momento alguien nos vuelva locos y luego, de la noche a la mañana, esa persona pase al plano del olvido. “¿A dónde se va todo el amor que sentimos por una persona en determinado momento?” solía preguntarse. “Quizá está con nosotros por momentos y si no funciona en nuestras relaciones emigra hacia otras con mayores probabilidades de éxito.”, era la explicación que le parecía más precisa. 

“Bueno, hágale, ¿me recoge?”
“Si princesa, a las 8 paso por usted”

Cuando se montó en el carro de su amigo Camila lo saludó con un exceso de efusividad que evidenciaba inicios de alicoramiento. “¿Listo pa’ la rumba Jaimito?” le pregunto, mientras le zampaba un pico y le alcanzaba una lata de cerveza. Jaime le respondió con una sonrisa floja, aceptó la bebida y luego le dio un sorbo con desgano.

El lugar de la celebración quedaba en las afueras de la ciudad, y en lo que duró el trayecto Jaime se la pasó mirando por la ventana tratando de participar lo menos posible en la conversación que sus amigos tenían con Angelica, una desconocida que iba sentada a su lado, Ella había acabado de terminar con un tal German y su plan era embriagarse hasta lograr un estado de inconsciencia. 

Luego de un viaje que duró más de media hora, llegaron al bar. Le dijeron al gorila que cuidaba la puerta, un hombre con la cabeza rapada y una chaqueta larga negra, a nombre de quien estaba la reserva. A Jaime le pareció que el hombre examinó al grupo cómo con ganas de estrangular a alguien. Luego agarró la solapa de la chaqueta entre el índice y pulgar de su mano derecha y repitió el nombre que le dieron. Al rato alguien le contestó y los dejó seguir.

En la mesa reservada, ubicada al fondo del bar, había muchísima gente, más desconocidos que conocidos. En lo que duraron los saludos Jaime recibió una avalancha de nombres que olvidó al instante y apenas se sentó alguien le pasó un vaso con una bebida oscura. Dio las gracias y decidió no tocar el brebaje, quería permanecer en sus cinco sentidos esa noche.

En la transición de un vallenato a un merengue varias parejas dejaron la mesa y su lugar fue ocupado por otras que llegaban sudorosas y sonrientes. Entre ellas venía Catalina quien, al ver a Jaime soltó la mano de un hombre alto y flaco, se abalanzó a saludarlo con una efusividad que no fue correspondida.

Mas tarde, en la pista de baile el grupo formó ese típico círculo intimidante, en el que algunos valientes, víctimas del licor quizá, se lanzan a bailar en al centro. De repente Catalina ocupó ese lugar y comenzó a examinar con detenimiento a quien iba a sacar a bailar. Jaime se hizo el loco todo lo que pudo, hasta que los brazos de ella le rodearon su cuello y lo arrastraron como un remolino hacia el centro del círculo, que se deshizo al instante para transformarse en parejas de baile.

Catalina le bailaba de forma exagerada y sugestiva a un Jaime bastante incomodo, que dudaba en donde poner las manos, y se movía torpemente de un lado a otro intentando llevar el ritmo de la canción.

Con algo de suerte hizo contacto visual con Camila, y, en silencio. le suplicó que le ayudara. Camila reaccionó y grito fuerte “¡Cambio de pareja!” y lo rescató. Fue una noche muy larga.

De vuelta a la ciudad, Angélica su compañera de puesto, se fue con un hombre del grupo que acababa de conocer y Catalina ocupó su lugar.

Catalina recostó la cabeza en el hombro de Jaime, que se quedó congelado el resto del camino, mientras Carlos discutía con Camila y le reclamaba que por qué había tomado tanto. 

Cuando llegaron a al apartamento de Camila, Carlos la tuvo que bajar del carro y acompañarla hasta el apartamento pues no se podía sostener por si sola. Jaime, en un amague de ayudar a su amigo, salió del carro y se sentó en las escaleras de la entrada. Al instante Catalina lo siguió y se sentó a su lado “Hace frío" le dijo.  Jaime le respondió “si” sin voltear a mirarla. Catalina decidió no hablar más y le cruzo un brazo por encima del hombro.  pasados un par de minutos, se puso a recordar el tiempo que habían pasado juntos, y al final le preguntó que si no quería volver con ella. Jaime no contestó nada. A punto de hacerlo, cuando el silencio exigía una respuesta de su parte, Carlos salió del edificio. “Súbanse al carro, que noche de mierda esta” 

Ambos le hicieron caso sin responder nada. El resto del viaje lo compartieron en silencio.