lunes, 15 de febrero de 2021

Matar al lector

Para el escritor Jacinto Cabezas escribir, aparte de libertad e inspiración, tiene que ver con equivocarse y caer en el error de forma constante. También significa acercarse a la muerte, la suya y la del lector.

Por eso lleva dos vidas, una en la que cuenta todo lo que sus lectores quieren leer —ocurrencias brillantes, historias poco comprometedoras alejadas de los bordes de la existencia, columnas de opinión desabridas; en fin, piezas digitales repletas de palabras clave para que los algoritmos le den el lugar que cree se merece—, y otra, a la que dedica más tiempo, en la que habla sobre sus deseos más básicos, su instinto animal; esas fantasías inconfesables por las que sería lapidado de inmediato y relegado al olvido por viejo loco.

Hace poco Marina Perezagua, una escritora española y amiga suya, dijo que escribir consiste en atreverse a decir la verdad. Esto, en otras palabras, significa contar con la capacidad de transmitir el material crudo, sin necesidad de pensar en su composición o cómo va a ser digerido. Dice que para escribir bien es necesario matar al destinatario, y que paradójicamente sólo así el lector revivirá y nos amará.

Cabezas imagina que ese material crudo son balas de sinceridad que hacen temblar las creencias y magullan puntos de vista enquistados. Por eso pocos escritores se atreven a dispararlas, porque en el fondo lo que buscan es aceptación. Ese instinto gregario es un rasgo fuerte, pues la disidencia tiene un precio alto. Eso también lo mencionó Perezagua: “Desde niños aprendemos a no resaltar de nosotros lo que pensamos que otros no amarán”.

Por eso Cabezas trabaja tanto en sus textos apócrifos, por llamarlos de alguna manera, porque sabe que en ellos está reflejada su esencia, tan diferente a la basura que publica con rigurosidad, día tras día, en sus redes sociales.

“Escribimos para que nos quieran, y nada bueno puede salir como fruto de esa relación mendigante y desigual”. La española no puede tener más la razón.

Cabezas recuerda algo que dejó escrito John Cheever en sus diarios; un escritor crudo y sin tapujos:

“Writing is allied with many splendid things—faith, inquisitiveness, and
ecstasy—and with many bad things—diddling, drawing dirty pictures on
the walls of public toilets, retiring from the ballgame to pick your nose in solitude.”