jueves, 6 de septiembre de 2018

Reglas

Lo mejor sería pensar que nada tiene reglas, pues estas, de una u otra manera, están relacionadas con lo que está bien y lo que está mal; entonces uno las sigue para, supuestamente, hacer lo correcto, pero ¿quién carajos dictamina eso, es decir, donde está ese manual que indica qué es lo que está bien y lo que está mal?, como siempre todo se resume al punto de vista y ya. Algo que es bueno para unos es malo para otros, y lo mismo ocurrirá, supongo, con las reglas; unos las siguen ciegamente y otros no les ponen tanta atención, o simplemente se las saltan por llevar la contraria, por ser rebeldes. 

El año pasado tomé un curso de escritura creativa que, la verdad, no me pareció nada del otro mundo. De pronto es que soy muy exigente y espero que el que lo dicte sea juan José Millás. De hecho, averigüé si el escritor español tenía algún curso online, le escribí a una institución que dicta cursos de escritura en Madrid con escritores de renombre preguntándoles por el curso de Millás, y me dijeron que no tenían ningún curso de él y que nunca había dictado uno con ellos, que vergüenza, en fin. 

Los profesores del curso que mencioné son personas con estudios literarios, no novelistas consagrados, pero dictan un curso de escritura, entonces digamos que están unos escalafones más arriba que yo, por decirlo de alguna manera, en el mundo de la escritura, si suponemos que, para quienes nos gusta escribir, existe un sistema de puntos, y que dictar un taller de da cierta cantidad de estos. 

En una de las clases hablaron sobre errores comunes de los principiantes a novelistas y uno de ellos era que las novelas que tuvieran, ya no recuerdo qué cantidad, de adverbios terminados en mente: dulcemente, comúnmente, ágilmente, etc. las descartaban de primerazo en los concursos de novela. Tampoco recuerdo la razón a la que aducían para afirmar eso, pero me pareció una regla tonta.

En mi imaginario, la escritura no tiene fórmulas que aseguren el éxito de un texto, sino que simplemente (ojo al adverbio terminado en mente), todo depende del uso del lenguaje por parte del escritor y del ritmo como decía Virginia Woolf. Por ejemplo, ¿cómo saber que Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, una novela que repite hasta el cansancio su título, iba a funcionar?.

Eso es lo chévere de la escritura, que más allá de la ortografía y puntuación, todo es válido. Otra tema es el gusto por un escrito, del que no se toca nada en este arrume de palabras.