En la foto se ve caminando a una mujer que lleva puesto un vestido de novia, cogida del brazo de su padre; este lleva la cabeza erguida. La sonrisa de ambos y el brillo de sus ojos contagian de alegría. Luego de ese pico de felicidad, de esa sensación placentera que deja la foto, la frase que acompaña la imagen barre todo lo que había sentido hasta el momento “Él es mi padre, y fue una de las víctimas del tiroteo”.
Lo que les cuento trata sobre un nuevo tiroteo que ocurrió ayer en estados Unidos. Un loco decidió entrar a un supermercado a disparar. Leo sobre la noticia y cuentan que algunas personas no solo alcanzaron a grabar el tiroteo, sino que lo transmitieron en vivo y en directo.
No sabe uno qué es más loco, si el asesino o esos que cuentan con sangre fría para ponerse a grabar en esos momentos, con tal de conseguir vistas, likes, corazones, y todas esas chimbadas virtuales que dominan nuestra manera de comportarnos.
“Me impactó la declaración de uno de los sobrevivientes: “Este, parece, es uno de los lugares más seguros de Estados Unidos y casi me matan por conseguir una gaseosa y una bolsa de papas fritas”.
Esa fragilidad de la vida, esa delgada línea que separa que el curso de los eventos siga “normal”, o que todo se despiporre en lo que dura un suspiro, me cautiva y aterra al mismo tiempo.
Leemos ese tipo de noticias, nos preguntamos en qué consiste este circo, del que todos hacemos parte, por un par de minutos, y luego seguimos con nuestras vidas como si nada, pensando qué es lo que tenemos que comprar en el supermercado.