viernes, 27 de abril de 2018

Escritos ajenos


Sería bueno escribir sin ningún rasgo de personalidad propio, desapegarnos por completo de nuestra esencia como personas, y crear obras con personajes completamente opuestos a nosotros, sin rasgos de nuestra identidad, o lo que eso signifique. 

Quizá eso sea imposible e incluso los más grandes novelistas le imprimen pequeños pedacitos del yo a sus personajes, sino que son tan buenos en su oficio que resulta difícil darnos cuenta. 

Pedro Camacho, el personaje que es escritor de Radionovelas en la Tía Julia y el Escribidor, se disfrazaba cuando se sentaba a escribir los guiones de sus radionovelas precisamente para lograr eso: ponerse en la piel de sus personajes, con el fin de que fueran ellos quienes los escribían o, más bien, contaran sus vidas.

En otra novela que leo ahora, uno de los personajes adopta la manía de comprar cartas antiguas en un mercado callejero, que nunca encontraron su destinatario. Las cartas que adquiere son muy emotivas, lo atrapan por completo y cada día se relaciona e involucra más con las historias que lee. Un día comienza a responderlas y, dependiendo de la persona, que probablemente ya está muerta, a quién le esté escribiendo, se viste, afeita a ras, perfuma y peina distinto. 

Ambos ejemplos, sin importar si son de ficción, prueban que escribir muchas veces se trata de escritos ajenos, de ser uno, al tiempo que se trata de ser otro y, a veces, lo segundo es lo que prima y marca la diferencia en un texto.