martes, 18 de diciembre de 2018

Amanda

Hoy, al escuchar Hot in here,  canción de moda en el verano del 2002, y que no dejaba de sonar en Freaky Tiki y Baja, dos discotecas de moda en ese entonces, me acordé de Amanda. Yo y mis amigos trabajabamos en un parque de diversiones en Myrtle Beach, y ella ara la supervisora de algunos de ellos. 

A veces la veía en el parque cuando me encontraba con Angela y Carolina, dos amigas. Era una mujer rubia, menuda y de ojos azules. Era bonita, pero nunca me sentí atraído hacia ella. 

Un día nos invitaron a una fiesta que organizaron unos colombianos en un hotel. Todos los hombres teníamos expectativa de conocer a una mujer de Bulgaria que iba a estar allá y que, según los rumores, era hermosa. Yo, la verdad, tenía más ganas de encontrarme con Vanessa una mujer de Lyon, Francia, con pelo negro que le llegaba debajo de los hombros y un acento que me encantaba. 

Cuando llegamos a la fiesta nos encontramos lo de siempre, mucho trago y música a todo volumen: vallenato pues ya sabemos quiénes eran los anfitriones. Me puse a tomar cerveza, bailé algunas canciones, hasta que llegó Amanda junto a mis amigas. 

Ángela me saludo, y me presentó a Amanda. Mucho gusto, como estás, qué haces, qué estudias, en fin, la típica conversación de dos personas que apenas se conoces o, mejor, que ya se conocen pero que nunca habían intercambiado más que un simple saludo. 

Nos pusimos a hablar hasta que mi yo galante salió a la superficie, y le pregunté que si quería una cerveza; me dijo que sí, así que fui a conseguirla, y en mi travesía hacia la cocina del lugar, alguien me presentó a la mujer de Bulgaria. 

Sonó un vallenato y la búlgara me dio a entender que quería bailar. Era muy bonita, cierto, pero lo poco que hablamos, que quién sabe qué temas tocamos en medio del baile, ella siempre terminaba sus frases con una risita sonsa y hacía lo mismo cuando yo terminaba de hablar. Como no encontré mucho terreno en común con la “reina” de la fiesta, hice todo lo posible para volver con Amanda, con quien la conversación fluía mejor o, si acaso, era más natural. 

No recuerdo si finalmente le entregué o no la cerveza—seguro la perdí luego de mi fugaz encuentro con la búlgara—, pero seguimos charlando como si nada. Otra canción sonó, y Amanda me dijo que ella quería aprender a bailar vallenato,  le dije que bueno. Me pare enfrente de ella, le puse una mano en la cintura y otra en la espalda, esperando que ella hiciera lo mismo; en cambio ella lanzo sus brazos detrás de mi cuello. Y bailamos, sí, solo eso, no pasó nada más. 

Como ya dije, no sé bien por qué, pues era una mujer bonita y su lenguaje corporal en esa ocasión tal vez significaba algo más, pero nunca me atrajo, y mucho menos pensé que yo le podía gustar a ella. 

Tiempo después le conté el episodio del vallenato a Andrea, una amiga que trabajó con Amanda, me contó que ella siempre le preguntaba mucho sobre mi vida. 

Me pregunto si con esa información me habría forzado a creer que me gustaba.