lunes, 27 de febrero de 2017

Tinto caliente

Te quemas la punta de la lengua cuando pruebas la bebida, un tinto oscuro igual que la noche que se establece en la ciudad.  Aun desprende vapor que asocias con la niebla de algún lugar de clima frío que guardas en un recuerdo.

Has bebido más de la dosis diaria personal, "Dosis diaria personal o dosis personal diaria" te preguntas; suena redundante, siempre dando vueltas, siempre subrayando, así que decides dejarlo en "dosis diaria".

Posiblemente no dormirás o te costará trabajo conciliar el sueño.  Imaginas toda la cafeína que has consumido en tu vida corriendo por tus venas de color rojo oscuro, como el que adquiere la sangre al desoxigenarse.  Quizás eso, oxigeno, es lo que pide a gritos tú cerebro para validar fácilmente nuevos puntos de vista.

Te gustaría conocerte, conocerlos, comprenderlos a todos.  Cada vez que entras a un lugar, sientes que las personas, esos desconocidos que se cruzan una y otra vez, dando tumbos de un lado a otro,  están conectados de mil maneras; que detrás de esas caras serias que exudan cansancio  y seriedad todos comparten algo.

Que la mujer que juega con una servilleta que arruga por la mitad dándole la forma de una mariposa, comparte un código secreto con los dos hombres de mediana edad que baten sus bebidas con furia, cuando comienzan a exponer razones y argumentos que lentamente desenvuelven una conversación cálida.  Que la mujer rubia con los labios pintados de rojo y gafas de marco negro grueso, que no aparta la mirada de la pantalla de su portátil, entiende a la perfección a la barista que sirve bebidas y calienta pasteles en un horno, y que cada rato llama a los clientes por su nombre, como si fueran viejos conocidos, para entregarles su pedido.

De repente te identificas con la mujer que muerde el pitillo de su bebida sensualmente y coquetea con el hombre con el que está hablando. Eres igual que todos ellos, o mejor, eres un pedacito de todos y aun así te cuesta mucho comprenderlos.  

 El tinto está frio y ya solo te queda un cuncho. Emprendes tu camino a casa.  Contar ovejas nunca te ha funcionado.  Ahora,  ¿qué vas a hacer?