lunes, 26 de junio de 2017

Dulces por balas

Son casi las 5 y ellos son 6. Llegan haciendo mucho ruido. pegan 3 mesas y se sientan. Ordenan, la mayoría postres y algunos comida de sal. La media de la edad del grupo debe ser de unos 20 años. 

Tres hombres: uno alto de barba, que parece ser el mayor  y, los otros dos, uno con aspecto preppy que mira por encima del hombro a las personas que pasan por su lado, y el otro gordo con acento venezolano. 

Dos de las mujeres, rubias, se ríen de a poquitos de los comentarios de los hombres y una pelinegra, que resalta con su pelo largo, llena la conversación con comentarios certeros a los que el resto de grupo presta toda la atención posible.

Hablan, pero sobre todo ríen. Es una conversación que está plagada de doble sentido o, más que eso, de puros códigos de amistad. Caen en el tema de un paseo al que van a ir, están invitados o las dos cosas. Una de las rubias le dice a la otra, que fijo la van a emborrachar, y su interlocutora le responde, frunciendo los labios: "no hay chance de que eso pase". La pelinegra, que aparenta más edad, ríe del intercambio de palabras de sus amigas, y salda el tema con una frase en la forma: “Marica + opinión personal”.

Tocan un tema sexual y una de las monitas se apena ante un comentario del venezolano. No pasa nada, ninguno se relame en el tema y con facilidad alguno plantea otro, ríen intercambian más palabras y ya está.

De repente, el gordo, a manera de anécdota les cuenta: “Las 2 semanas que estuve en Caracas, me la pasé viendo las protestas desde la ventana de mi cuarto.” Luego pide la cuenta y el datáfono, mientras rechaza unos billetes, con expresión de: " ¿Pero cómo se les ocurre?, que los otros han puesto encima de la mesa.