Llegan, son tres: una pareja con una niña pequeña, esta última lleva un vestido de flores y unas medias con rayas horizontales de muchos colores, y camina como si se fuera a caer en cualquier momento; justo cuando parece que lo va a hacer, luego de dar un paso, lanza la otra pierna hacia adelante y mantiene el equilibrio.
El hombre es calvo y sus movimientos, su actitud corporal, es de pocos amigos. Esconde los ojos detrás de unas gafas negras ovaladas a lo John Lennon. La mujer lleva una caja de pizza en una mano y una bomba azul en la otra.
La única que habla es la niña, bueno, un decir, porque dice cosas inconexas, sin sentido, quién sabe qué historias se cuenta. Sus padres se limitan a contestarle con sonrisas y amor en sus miradas.
Miro a la niña por unos segundos, su actitud aleatoria y su pinta la hacen ver tierna. Siento que alguien me mira fijamente, levanto la mirada y me encuentro con los ojos de la madre. Es difícil precisar qué emoción lleva encima, si rabía, tristeza o una mezcla entre ambas o, simplemente, le molesto que hubiera mirado a su hija con detenimiento, pero me divierto observando a los niños en su libre andar desprovisto de toda angustia.
El hombre pide dos tintos. Al rato el mesero se los trae; “ ¿Azúcar señor?”, les pregunta. “Así está bien", responde el hombre al tiempo que hace un gesto con la mano.
Ahora la mujer mira la vitrina que muestra tortas, pasteles y galletas. “ ¿Nos comemos una…”, pero antes de que terminar su pregunta, el hombre hace un mueca y le indica que no, que está lleno, parece que no cruzan palabras sino gestos.
La mujer se resigna y vuelca la atención hacia su hija, que ahora se pasea por el local con su andar torpe.
“ ¿Quieres ir al parque de los columpios?”, le pregunta el hombre a la niña. Ella, pura inocencia y risas, sonríe y dice que sí, mientras estira su brazo para agarrarlo de la mano.
Los tres abandonan el lugar con un andar lento. “¿Estás disfrutando tu día con tú papá?”, pregunta la mujer en voz alta, con la mirada puesta en un punto fijo de la calle.