viernes, 15 de mayo de 2020

Al otro lado del espejo

Hay días en los que se asombra con el sujeto que, por lo general, le sonríe al otro lado del espejo. Se supone que es él, un negativo, digamos, de su imagen, pero ¿qué tal que no sea así? ¿Qué tal que ese tipejo ubicado en esa dimensión, por decirlo de alguna manera, fuera más que una simple imagen, una persona de verdad, si es que eso significa algo, con una vida funcional, si suponemos que la vida tiene una utilidad práctica? 

Por eso le gusta imaginar que esa persona casi idéntica a él tiene una vida distinta, una en la que en todo lo que él ha fallado, el hombre que ve lo ha conseguido. Más que envidia siente admiración por su doble, al que se imagina con una vida repleta de lujos y cosas buenas, con una esposa hermosa y unos hijos dignos de volante de banco, pues así se imagina siempre ese cuadro familiar: todos sonriendo mientras empacan maletas en el baúl de una camioneta 4x4. Como el hombre es millonario, se puede dar el lujo de estar de vacaciones todo el año, a diferencia de él que no ve la hora de disfrutar de los quince míseros días por año a los que tiene derecho. 

En otros días, cuando se levanta con ganas de meterle un puño a Dios, porque considera que él, el universo o la vida, con su practicidad, no le ha dado lo que realmente se merece, siente envidia del hombre al otro lado del espejo. 

En esos días siempre intenta algo: se aproxima sigiloso a baño, y procura no hacer ruido con sus pisadas. Cuando está cerca de la puerta la abre violentamente, para ver si pilla a ese sujeto desprevenido, cometiendo alguna falta como engañar a su mujer, por ejemplo, pero nunca lo ha conseguido, el tipejo ese siempre está ahí, listo para remedar todos sus movimientos, y el muy imbécil lo mira con su carita de yo no fui.