lunes, 4 de julio de 2016

Política

Soy malo para hablar acerca de política.  Siempre que tocan ese tema me quedo callado y escucho la opinión de todos los que participan en la conversación.  Algunas veces coincido o me parece apropiado lo que dicen, otras no y, en ocasiones, cuando comienzan a nombrar políticos, me pierdo porque no tengo ni la más mínima idea a quien hacen referencia.

El Viernes pasado estuve en una reunión, donde había mucho vino, buena comida y conversación.  En un momento comenzaron a hablar sobre política y adopté mi conducta hermética; de vez en cuando sonreía o asentía con la cabeza. Esta vez se pusieron a hablar no solo sobre política local, sino de países vecinos, en especial Venezuela.

No me gusta hablar sobre política primero porque no domino el tema y segundo porque me gusta cuando las personas se destapan en las conversaciones, cuando me cuentan algo importante de sus vidas; que los  mueve, a que le apuestan y por qué.

La política es una conversación fácil, un lugar común al que se acude con algo de conocimiento, pero lugar común al fin y al cabo, una salida tan fácil como hablar sobre el clima o  fútbol, y además es el tema perfecto para indignarse con el universo y el resto de los humanos.

Siempre tengo presente una frase de La Fiesta del Chivo: "La política es abrirse camino entre cadáveres".  Una persona en la reunión, en un momento donde se cambió el tema, dijo que no le gustaba el escritor peruano, que sus diálogos le parecían sosos y que nada como Hemingway en ese aspecto.

En ese momento me entusiasme un poco, porque creí que la conversación se iba a encaminar hacia novelas y autores, pero alguien sentenció que Vargas Llosa era de ultraderecha y el buen camino que había tomado la conversación se desvaneció.