miércoles, 27 de abril de 2022

"Gracias"

Los ascensores, esas pequeñas cajas que no paran de trasladarse de arriba abajo todo el día, son lugares extraños, Cuando nos subimos a ellos parece que nuestra identidad se anula, porque no queremos interactuar con las otras personas que nos acompañan en ese corto viaje.

Parece que la mejor táctica para abordarlos es entrar, oprimir el botón del piso hacia el que uno se dirige y luego mirar hacia el piso, pues cualquier contacto visual podría dar pie a una conversación que sería lenta e incómoda. Son espacios en los que actuamos diferente.

Manuel Vilas se pregunta en Ordesa cuánta vida pierde la gente esperando ascensores, y concluye que seguro mucha, casi meses. A ese tiempo podría añadírsele el que perdemos viajando en ellos.

Personalmente pierdo más tiempo esperando, porque el de mi edificio siempre se encuentra en el último piso; algo extraño porque cuando lo pido en el primero, por lo general llega vacío. Mi teoría es que la(s) persona(s) que viven ese piso se pusieron de acuerdo para llamarlo a cada instante, qué sé yo, se dividen por turnos en el día para pedirlo, en fin. La única forma de averiguarlo sería pasarme todo el día metido en el aparato para descifrar por qué carajos siempre está en la porra.

Les decía que es un espacio que, parece, anula nuestra identidad, en el que se pactan ciertos códigos de conducta, como no hablar con los extraños que nos acompañan.

Hoy tomé uno en un edificio de oficinas del piso 6 al 1. Era uno de esos ascensores con armazón en vidrio y que dan hacia el interior del edificio. Apenas entré en el me distraje mirando el panorama.

Un hombre, que ya venía  en él, se bajo en el tercer piso y antes de salir dijo “Gracias”.

Estuve a punto de preguntarle por qué nos daba las gracias, pero apegado al código de conducta y fiel a otra de mis teorías: no interactuar con extraños para que el curso de la vida no se despiporre, le dije “de nada” mentalmente.