martes, 27 de febrero de 2018

Huellas

Alguien dejo la huella de su pie marcada sobre el pavimento de una acera, ¿quién? Tiendo a pensar que una especie de vándalo que, al ver el cemento fresco, creyó chistoso alterarlo con una pisada. 

Aunque, ¿Por qué siempre pensar mal? Imaginemos entonces que la huella es causa de un descuido, alguien que iba hablando con otra persona o que estaba admirando la belleza de las montañas, pues se ven muy bien desde esa calle, y que no se dio cuenta que había metido el pie en pavimento fresco. Por eso solo hay una huella y no una serie de pasos, pues el transeúnte, apenado ante su error frenó, levantó el pie con cuidado, se sonrojó aunque nadie lo estuviera viendo y se alejó del lugar. 

Esta simple huella urbana se parece a esa que se encuentra en el suelo de uno los balcones del Castillo de Heidelberg, Alemania. 

Cuenta la leyenda que en una gran fiesta que se dio en el castillo hubo un incendio y un caballero quedó atrapado adentro. La única manera que ese hombre tenía de escapar era saltar hacia el balcón y por eso, al día de hoy, la huella se conoce con el nombre de “El salto del caballero” que, supongo, quedo ahí no porque el suelo estuviera fresco, sino por la fuerza de su pisada al caer. 

La del pavimento, la que dejó un caballero urbano y que no se encuentra bajo el amparo de ese halo de fantasía, resulta muy burda.